La representación triunfal de Santiago ecuestre demostrando la ferocidad de su poder, ataviado como guerrero en combate y con víctimas a sus pies, surge en la Compostela del siglo XIV, en concreto en una miniatura del llamado Tumbo B (fol. 2v.) del archivo de la catedral de Santiago, en un documento de época del arzobispo Berenguel de Landoria (1317-1330). Los siete individuos degollados, de inequívoco aspecto cristiano, dibujados en esta miniatura bajo los cascos del caballo del Apóstol representan a los siete cabecillas compostelanos que había liderado en la ciudad una revuelta contra don Berenguel, impidiendo que el nuevo prelado nombrado por el papa y recién llegado de Avignon entrase en la capital de su señorío episcopal. A pesar de emplear contra los compostelanos las armas espirituales más letales -la excomunión papal- Berenguel no pudo hacer su entrada en Compostela hasta la desaparición física de sus principales opositores.
El mensaje triunfal de esta nueva iconografía del Apóstol evidencia el poder terrenal del señorío compostelano encabezado por el arzobispo don Berenguel, señor de la ciudad de Santiago y del Arzobispado. Esta fiera imagen del Tumbo B está refrendada por la miniatura de Santiago ecuestre integrada en la copia del Liber Sancti Iacobi conservada en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, obra realizada en el scriptorium de la catedral compostelana hacia 1330, a finales del episcopado de don Berenguel. Se intensifica así la militarización y la instrumentalización institucional de la imagen del apóstol, tan ligada a su papel de santo patrono del reino. Un hecho evidente al comprobar que la difusión de esta iconografía ecuestre y bélica estará íntimamente vinculada a la Orden de Santiago. En los conventos e iglesias de los santiaguistas, en relieves y esculturas de retablos, en los coros y en los cuadros de altar de los siglos XIV al XVIII, aparece el Apóstol a caballo blandiendo su espada para espantar a un enemigo que suele representarse como ejército musulmán en retirada. En el siglo XIV hay ejemplos meritorios, tanto en pintura como en escultura, como el relieve de Santiago matamoros procedente del coro bajo de la iglesia santiaguista de Santiago do Cacém (Portugal), pieza monumental del primer tercio del XIV, o el Santiago miles Christi pintado al fresco en el refectorio de San Giacomo de Bolonia.
En los finales de la Edad Media, uno de los artistas pioneros en esta iconografía militarista fue el maestro alsaciano Martín Schongauer, autor de unos grabados de la batalla de Clavijo realizados hacia 1470, después de haber estado en España y, según algunos, de haber peregrinado a Santiago. Durante la época de la España imperial, en especial en tiempos de Carlos V, se populariza la imagen de Santiago matamoros, repitiendo hasta la saciedad una iconografía de gusto popular, en la que prima el sentido épico y espectacular, presentando a Santiago como el campeón de una cristiandad necesitada de estímulos visuales en su lucha contra turcos y argelinos, devastadores de poblaciones costeras y ávidos de cautivos cristianos. Representado al frente de una tropa cristiana, Santiago monta un caballo blanco y ataca al enemigo islámico con la cantonera puntiaguda de su bordón en una conocida tabla pintada hacia 1513-18 por Paolo de San Leocadio, que formaba parte del retablo de la iglesia de Santiago de Vila Real (Castellón).
Cuando en 1541 el emperador Carlos V decida el ataque contra Argel, plaza fuerte del temible Barbarroja, almirante de la marina turca, el sobrepeto de su armadura estará decorado con la imagen elocuente del matamoros. El santo patrono del Reino de España continúa desarrollando, a través de esta iconografía militarista, su papel de intercesor y protector, evidenciando el poder que se le atribuye con los enemigos vencidos a sus pies. En muchas ocasiones se emplea como imagen emblemática, en frontis de iglesias Santiago de Logroño-, fachadas de claustros -Santiago de Compostela-, o puertas de fortalezas -fuerte Santiago de Manila-; de hecho, la difusión de la iconografía del matamoros en la Edad Moderna está en íntima relación con la afirmación hispana en territorios mediterráneos, como la isla de Sicilia, o la conquista española de América y Filipinas y la consecuente expansión del culto a Santiago en ultramar. En el Nuevo Mundo la imagen ecuestre del Apóstol ganó gran difusión popular. La razón principal es el número de apariciones de Santiago el Mayor ayudando a las tropas españolas en los combates más fieros acaecidos en tierras americanas, hasta catorce se cuentan entre los años 1518 y 1892.
El Santiago matamoros de América -en ocasiones mataindios- apenas difiere del europeo; no obstante, surge en México, en pleno siglo XVII, una iconografía jacobea propia en la que se muestra la simbiosis Santiago-Cortés -los aztecas, desconocedores del caballo, habían quedado deslumbrados por la imagen y la fuerza de combate de la caballería española-, cuyo ejemplo principal es el llamado Santiago Chiconautla (Estado de México).
En este tipo de representaciones de tamaño real, el Apóstol soldado de Cristo adopta la indumentaria bélica y el armamento propios del conquistador español (armadura completa con casco y penacho de plumas), monta corcel blanco y su rostro se adorna con barba corta. El Santiago Chiconautla es también pura simbiosis novohispana desde el punto de vista formal, pues se realizaba la pieza con la técnica prehispánica de la pasta de caña, adornada con la policromía y el dorado característicos de las más refinadas imágenes de altar. La innovación iconográfica de este Apóstol militar y triunfalista reside en el soporte en el que apoya las patas el caballo: una peana forrada con lienzos pintados al óleo, en los que se representa Tenochtitlán, la capital vencida del imperio azteca. Se muestra de este modo el triunfo militar de la España imperial y la conquista cultural y política de los indios mexicanos.
Sea en España o en los territorios del imperio, la presencia del matamoros se generalizó en la Edad Moderna en aquellas parroquias urbanas o rurales cuya iglesia principal estuviese dedicada a Santiago. En retablos y altares se muestra a la veneración popular la imagen del guerrero celeste que libra de todo mal a sus fieles -sean peregrinos o no-, una imagen que abandona su templo con ocasión de las procesiones, organizadas normalmente cada 25 de julio, deslumbrando con su ademán de lucha -la espada en alto, el estandarte al viento, los enemigos vencidos y suplicantes bajo el caballo en corveta- a los devotos que acuden a acompañarlo por calles y plazas, cubriendo a veces su manto, en el caso de imágenes de vestir, de peticiones o de ofrendas, para después devolverlo al altar donde seguirá expuesto a la veneración pública. [FS]