Xacopediadinero

El abuso e incluso el simple uso de dinero casi nunca ha estado bien visto en el Camino de Santiago, independientemente de que quien caminase fuese rico o pobre. Tiene su origen este hecho en el sentido profundo de la Ruta, una senda hacia una meta sagrada a través del esfuerzo, la sencillez y las buenas obras. Así lo explica el Codex Calixtinus (s. XII), fundamento ideológico de la cultura jacobea. La contundencia, al menos sobre el papel, es abrumadora: “Los apóstoles fueron peregrinos, pues el Señor los envió sin dinero ni calzado. Por lo cual de ningún modo se les concede a los peregrinos llevar dinero, a no ser para repartirlo entre los pobres”. Resulta una exigencia sin matices. El peregrino auténtico se obligaba a vivir exclusivamente de la caridad y de la hospitalidad practicada a lo largo de la Ruta. Sea rico o pobre en su otra vida, la ajena al Camino, deberá comprender este sentido. La realidad se encargaría de desmentir esta exigencia, pero ese era el fundamento.

Tampoco admite el Calixtinus el lucro obtenido por otros a través de los peregrinos. Lo dice, mirando de reojo, una vez más, a los hospederos, cambiadores de moneda y demás gentes que vivían de atenderlos: “Sabed que vuestros lucros, con los cuales llenáis vuestras bolsas, perjudicando a los peregrinos, no son lucros, sino delitos.”

Salvando las distancias, este espíritu presidió los primeros tiempos del renacer contemporáneo de las peregrinaciones compostelanas. Ahí están los refugios y albergues gratuitos que se convirtieron en seña de identidad del Camino, así como la labor de un gran número de peregrinos y miembros de asociaciones que entregaron y entregan horas y horas de su tiempo a favor de la Ruta. Tanto la Iglesia como las distintas administraciones parecieron entender durante años este trasfondo; sabido es el caso gallego, donde los albergues públicos impulsados por el Gobierno autonómico fueron gratuitos hasta el año 2008. Dinero, enemigo del peregrino, se podría decir.

Por paradójico que resulte, el éxito de la peregrinación contemporánea ha acabado poco a poco con ese espíritu. La hospitalidad en la que se apoyó el renacer del Camino ha ido dando paso a una mercantilización de los servicios, a medida que la iniciativa privada comprendía que crecía el volumen de peregrinos y la posibilidad de negocio. Lo hizo por pura lógica, en respuesta a la demanda: esa hospitalidad no daba para más. Se pasó del recibimiento romántico de los años ochenta a la arrinconada acogida de inicios del siglo XXI. Las excepciones han tenido que adaptarse, forzadas por las avalanchas, el mucho trabajo y los grandes gastos. El exceso de dinero y lujos en el Camino ya no se condena, pero al menos resulta de mal gusto; es una forma moderna de pecado. [MR]


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