XacopediaCluny, Orden de

Abadía fundada entre los años 909-910 en la región de Borgoña, dentro del condado de Mâcon (Francia). Su fundador fue Guillermo, conocido como el Piadoso, duque de Aquitania y, a la vez, conde de Mâcon, territorio en el que se va a fundar este cenobio sobre el solar de una antigua villa carolingia.

Cluny se pone bajo el patronato de los apóstoles Pedro y Pablo. La elección de los santos patronos del monasterio responde a una causa bien concreta y que, de hecho, se convertirá en una de las señas de referencia de Cluny y, en buen medida, responsable de su éxito. En el documento de dotación y fundación, Guillermo manifiesta expresamente su firme voluntad de que la abadía no dependa de ningún poder civil. Se citan, entre otros, al conde de Mâcon, es decir, el propio fundador, a cualquier otro conde e, incluso, a la mismísima Corona del reino franco.

El deseo de que Cluny sea una abadía independiente e inmune hace que Guillermo excluya también a cualquier autoridad eclesiástica. Cluny sólo dependerá del papa. Marcel Pacaut, uno de los grandes estudiosos de Cluny y de las órdenes religiosas en la Edad Media, ha llegado a decir que el dominio eminente del monasterio y de sus propiedades pertenecía a los citados apóstoles, es decir, al papa, mientras que sólo el dominio útil permanecería en manos de los monjes. De todos modos este deseo no se cumplirá de modo inmediato y automático. Son continuas las intervenciones papales, dirigidas a diversos obispos y condes, en defensa del privilegiado estatuto cluniacense. Puede decirse que este se consolida, de un modo mucho más permanente, a partir del pontificado de Gregorio V (972-999)

Guillermo impone como abad de la comunidad a Bernón, hijo, a lo que parece, de una familia de la aristocracia borgoñona. Era abad de la comunidad benedictina de Baume y se le atribuye la fundación de otros monasterios antes de acceder al abadiato de Cluny.

La norma por la que se habría de regir el nuevo monasterio era, precisamente, la regla benedictina. Norma hegemónica en el antiguo solar del imperio carolingio, después del impulso que, en tiempos de Ludovico Pío, le había dado Benito de Aniano. De hecho, el duque Guillermo deja claro en el documento fundacional que, tras Bernón, sería la comunidad la que se encargaría de la elección del nuevo abad, tal y como estipula la norma elaborada por Benito de Nursia en el siglo VI, una cuestión que, sin embargo, no se va a cumplir, dada la tendencia de los abades cluniacenses a designar en vida al que habría de ser su sucesor.

Con todo, nada podría indicar que esa comunidad estuviera llamada a ejercer el protagonismo que acabaría alcanzando en la espiritualidad, la cultura, la política y el arte durante los siglos XI y XII.

A la hora de explicar las razones del éxito de Cluny y de su modelo hay que tener en cuenta varios factores. En primer lugar uno de carácter fortuito -aunque de importancia no menor- es la longevidad de los abades de Cluny, longevidad, por cierto, parangonable con la de los primeros reyes Capetos y con consecuencias semejantes: la estabilización y consolidación de sus respectivos proyectos.

El proyecto religioso de Cluny consistió básicamente en solemnizar la liturgia y fomentar la dimensión sacerdotal y cultural de sus monjes.

Desde el punto de vista material, Cluny se convirtió en el primer monasterio que vio en la riqueza y en el fasto no un impedimento para el desarrollo de sus ideales monásticos, sino la garantía de su plena independencia y una forma de alabar a Dios y de cantar las glorias de su Iglesia en la tierra.

De forma lenta al principio, y aceleradamente desde el siglo XI, Cluny va logrando crear una red de monasterios unidos a la casa madre de Borgoña. Esta red monástica proviene, en algún caso, de la propia iniciativa de Cluny, pero es mucho más frecuente que monasterios o iglesias fundadas por las aristocracias de las diferentes regiones de Francia vayan incorporándose a la órbita cluniacense. Todos los prioratos (institución mayoritaria en los centros monásticos de lo que se va a ir consolidando como una orden) dependían directamente del abad de Cluny, que se va convirtiendo en una suerte de monarca monástico sin apenas cortapisas ni límites en el ejercicio de su autoridad y poder. Esta situación, por cierto, contrasta abiertamente con la vivida, en estos tiempos, por los monarcas Capetos con los que, por otra parte, los abades de Cluny entablaron una relación política de cierta envergadura.

A principios del siglo XI la presencia de Cluny ha conseguido ya desbordar los territorios del Reino de Francia. Entre los años 1000 y 1020 está testimoniada la adopción de los usos cluniacenses en monasterios de Alemania, Italia -siendo la gran y vetusta abadía de Farfa una de las que se incorpora al universo de Cluny- y España. La abadía catalana de Ripoll da sus primeros pasos de aproximación hacia el espíritu de la reforma encarnada por Cluny hacia 1008. Más al oeste, en el Reino de Navarra, su monarca Sancho III el Grande establece relaciones con el abad Odilón, a quien envía un muy generoso donativo. Con razón suele ser presentado este rey como uno de los artífices de la penetración cluniacense en la península.

Parece que el propio rey navarro enviaría al monje Paterno para que se educara en Cluny, de donde regresaría para reformar, bajo los usos cluniacenses, la abadía de San Juan de la Peña hacia el año 1020. Hay sin embargo, como ha señalado Reglero, cierta controversia sobre la veracidad de esta última noticia.

La relación de los monarcas hispanos con Cluny se intensifica a partir de Fernando I, rey de León. Al margen del pago de una cantidad de oro anual, tal y como afirma el autor de la Historia Silense, es durante el reinado del Magno cuando se documentan los primeros monjes de Cluny en monasterios del reino y, posiblemente, en el propio entorno real.

En un claro in crescendo, Alfonso VI, una vez reunidos los reinos desgajados por la decisión de su padre, consolida los vínculos con la abadía de Borgoña.

Consolidación, otra vez, en clave económica, ya que el rey leonés ofrecerá a Cluny una suma que permitirá a los monjes franceses la construcción de su gran iglesia románica, pero también de relación directa cada vez que el abad Hugo en persona se traslada a la península para entrevistarse con el monarca leonés.

Para entonces la presencia de Cluny era ya una realidad. El propio Alfonso VI le había donado diversos monasterios antes de la visita de Hugo. San Isidro de Dueñas fue el primero, en 1073, al que seguirán otros, entre los que sobresale Santa María de Nájera. Todos ellos se convirtieron en prioratos cluniacenses.

Por otra parte, Sahagún -sin duda la principal referencia monástica del reino leonés- había incorporado los usos cluniacenses durante el reinado del emperador, si bien sin perder su independencia, ni entrar en la órbita directa de la abadía borgoñona.

El abadiato de Bernardo, monje de Cluny y, posteriormente, arzobispo toledano, marca un claro punto de inflexión en este proceso. Todo ello puede servir para confirmar que la penetración cluniacense en los reinos occidentales estaba en marcha, si bien con alguna dificultad.

Estas dificultades no impedirán la creación de una sólida red de prioratos de Cluny en el reino castellano-leonés. Pivota alrededor de tres grandes casas con las que el resto de las instituciones cluniacenses hispanas mantienen una clara subordinación. Estos tres prioratos principales fueron Nájera, Dueñas y Carrión.

Nájera, Carrión y, por supuesto, la filocluniacense abadía de Sahagún, son, como es bien sabido, tres referencias en el Camino Francés. ¿Cuál fue la relación entre Cluny y la consolidación de las peregrinaciones compostelanas y de su ruta principal?

Los trabajos de Patrick Henriet, o el reciente libro de Reglero, han puesto cierta sordina sobre la, tradicionalmente mantenida, estrecha vinculación existente entre la abadía de Cluny y el triunfo de la peregrinación compostelana desde el siglo XI. Es cierto que Dalmacio, el primer obispo de Compostela -tras su traslado desde Iria- era monje de Cluny y no lo es menos que las relaciones entre Diego Gelmírez y la abadía borgoñona fueron intensas y fluidas. Pero, por el contrario, hechos como la inexistencia de ningún priorato de Cluny en el territorio diocesano compostelano -a diferencia de lo que ocurrirá, poco después, con los monasterios de Císter-, o la escasa importancia de la figura del Apóstol en la liturgia cluniacense, obligan a adoptar una postura más cauta sobre la adjudicación a Cluny de una parte sustancial en la explicación de la consolidación del principal Camino de peregrinación compostelano.

Dicho esto, parece evidente que el hecho de que Cluny esté presente en varios hitos del Camino, contribuyó a darle a la peregrinación compostelana una cierta pátina cluniacense. Se cree que, por ejemplo, en el terreno de la hospitalidad, y cuando menos para los siglos XI y XII, la vinculación de estas casas con Cluny contribuyó a su enriquecimiento y consolidación. Hay que tener en cuenta que aunque todas las normas monásticas ensalzan y encomian la labor hospitalaria de los monjes, en la regla benedictina -cuya penetración definitiva en los reinos occidentales se debe, en buena medida, a la presencia de Cluny- esta práctica adquiere un valor especial.

Veamos el caso de Sahagún. El monasterio de Cea contaba, con toda probabilidad, con un hospital desde el siglo X, pero su papel hospitalario iba a experimentar un gran salto cualitativo y cuantitativo en la época de su benedictinización. En el año 1078, el abad facuntino Julián -en agradecimiento por una pingüe donación recibida de manos de Alfonso VI- se compromete a erigir un nuevo hospital, dotado con sesenta camas y en la que, diariamente, se repartieran sesenta raciones de comida y otras tantas de vino, tanto a los peregrinos, como a los necesitados. El dato de las sesenta plazas parece muy interesante. Aunque la documentación de esta época suele mostrar un cierto desprecio por la cifra y pese al laconismo general de las fuentes por la precisión acerca de las atenciones hospitalarias, podemos conjeturar que estamos ante uno de los hospitales -y no sólo monásticos- de mayor envergadura de los siglos centrales de la Edad Media hispana. Téngase en cuenta que el hospital Real de Burgos, referente evidente del más intenso esfuerzo asistencial por parte de la monarquía castellana, disponía de ochenta y siete camas a fines de la Edad Media. Pero es también importante recordar que la mayoría de los hospitales de cierta entidad ofrecían doce camas o, en su defecto, sólo seis. [JMA]


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