Xacopediaredescubrimiento

Se cita con este término el proceso que llevó a la búsqueda, hallazgo y confirmación como auténticas de las reliquias del apóstol Santiago y de sus discípulos, Teodoro y Atanasio, entre los años 1879 y 1884. Debe su nombre al hecho de que antes hubo un descubrimiento: se había producido en el siglo IX, cuando el obispo Teodomiro, de Iria Flavia, y el rey Alfonso II el Casto atribuyeron a Santiago y a dos de sus discípulos unos cuerpos de remota antigüedad aparecidos en lo que hoy es Compostela.
El denominado redescubrimiento es, con el renacer actual de la peregrinación a pie por el Camino de Santiago, el acontecimiento más relevante de cuantos se produjeron en los últimos siglos en el mundo jacobeo. Pero este, si cabe, es todavía más determinante porque fue el primero e hizo posible en gran medida el segundo. La exposición de nuevo al culto de las reliquias apostólicas desde 1886 en la catedral compostelana, autentificadas al más alto nivel por el papa León XIII, resultó un hecho providencial para hacer posible el renacer en el siglo XX del santuario compostelano y de la cultura jacobea en el mundo. Era y es el símbolo necesario. Más que el hecho en si de la autenticidad de las reliquias, importaba e importa su presencia.
El lugar donde estaban los huesos sagrados se ignoraba al menos desde el siglo XVI, cuando se habían ocultado por miedo a que el corsario inglés Francis Drake, que atacaba las costas coruñesas, llegase a Compostela (1589). Se ha llegado a afirmar que el paradero de las reliquias era ya un misterio desde siglos antes. Fuera cual fuese el momento y el motivo, lo cierto es que la memoria del lugar del ocultamiento se había perdido. Algunos dudaban incluso de que existiesen ya reliquias. Sólo una leve tradición popular sostenía que no habían llegado a salir de la catedral y se apuntaban posibles espacios. La ignorancia de su paradero y el hecho de que su asunto permaneciese sin resolver tanto tiempo hablaba a las claras de la apatía y la falta de exigencia en la que habían caído el Cabildo catedralicio y el Arzobispado compostelano.

Payá decide buscar////
La situación dará un giro de 360 grados con la llegada a Santiago en 1875 del cardenal valenciano Miguel Payá y Rico. Hombre de gran dinamismo y con altas influencias, considera su nuevo destino como un reto y pronto muestra su disposición a reforzar la identidad y el alicaído prestigio de la archidiócesis.
Su principal iniciativa va a ser la más lógica, pero también la más arriesgada: buscar las reliquias del Apóstol y, de aparecer, autentificarlas al más alto nivel. Habían sido la razón de ser del santuario y sólo ellas podían seguir dándole sentido. Se observaba un minoritario pero real renacer de las peregrinaciones al amparo de los nuevos y más rápidos medios de transporte. Además, la nueva sociedad, bajo la influencia positivista, reclamaba este tipo de respuestas.
Aunque no se conocen al completo los motivos que llevaron al cardenal Payá a tomar la iniciativa de buscar los posibles restos apostólicos, lo cierto es que el contexto religioso y social europeo resultaba propicio. Tal y como ha señalado el arqueólogo compostelano Suárez Otero, entre las corrientes eclesiásticas del momento acordes con la línea de actuación de Payá figurarían las siguientes: un renovado interés por las reliquias, tras la aparición de las muy veneradas de San Francisco de Asís, la preocupación por un conocimiento más riguroso de los contextos históricos de la evolución de la Iglesia -en 1883, matiza este historiador, se habían abierto a los investigadores los archivos vaticanos- y, asimismo, la influencia de las doctrinas positivistas, lo que estimuló la preocupación por el refrendo científico en la identificación de reliquias en los más diversos ámbitos eclesiásticos.
Tras vencer numerosas reticencias, Payá logra que la búsqueda comience. Se centra en el entorno del altar mayor de la catedral. Los responsables de los trabajos son los canónigos y arqueólogos Antonio López Ferreiro y José Labín Cabello. Las obras, que se rodean del máximo secreto, se concretan en una serie de excavaciones que se presentan como simples intervenciones en el templo. Las primeras afectan al espacio situado bajo el altar mayor, donde se creía que estaba el antiguo edículo romano que había acogido el sepulcro -actual cripta-. El fracaso es completo. Se buscan nuevos puntos, en parte siguiendo la pista de los rumores y dichos antiguos que circulan entre los canónigos, compostelanos, etc.
Uno de los nuevos lugares de búsqueda fue la pequeña capilla que está justo detrás del altar mayor, en el ábside, también conocida como tras-sagrario. Y allí, en la noche -los trabajos más delicados requerían la discreción nocturna- del 28 al 29 de enero de 1879, tras levantar el pavimento, apareció un nicho de piedra que contenía una serie de restos humanos.
Pese a la tosquedad del espacio y el aparente descuido con el que habían sido tratados los huesos, los responsables de la búsqueda decidieron que fuesen sometidos a análisis. Había fundadas sospechas de que podían ser los que buscaban. Sabían que la tradición y la práctica decían que en el entorno del altar mayor nunca se ha-bían realizado enterramientos, por respeto al Apóstol. Por lo tanto, aquello tenía muchas posibilidades de ser lo que buscaban, pese a lo tosco del enterramiento, que se justificó con la prisa con la que habrían sido ocultados en 1589 por el temor a una inminente llegada de los soldados de Francis Drake.
Los huesos aparecieron a una profundidad de poco más de un metro en un nicho de 99 cm de largo, 33 de ancho y 30 de profundidad. El fondo lo formaban roca viva y tierra y se cubría con una loseta de piedra, que al levantarla dejó ver un osario. Los huesos, que parecían haber sido víctimas del descuido y estaban afectados por las malas condiciones del lugar, estaban quebrados en múltiples fragmentos.
Payá ordenó inmediatamente la realización de un estudio científico de los restos, que encomendó a Antonio Casares, rector de la Universidad y catedrático de la Facultad de Farmacia de Santiago; Francisco Freire Barreiro, catedrático de Medicina, y Timoteo Sánchez Freire, catedrático de Cirugía. Personas devotas, rigurosas y de la máxima confianza, utilizaron los mejores medios con los que contaba Santiago en aquel momento. Era esencial hacerlo así para convencer al Vaticano de la seriedad del proceso, ya que la intención de Payá era lograr el reconocimiento del papa León XIII.
La dificultad de la tarea se vio desde el primer momento. Los tres forenses así lo relatan en su informe final, que firman el 20 de julio de ese mismo año (1879). Advierten que los “huesos aparecieron colocados sin orden y mezclados por alguna tierra, desprovistos de cartílagos y partes blandas, y tan deteriorados y frágiles, que no existía un solo hueso entero o completo”. Contaron más de 350 fragmentos óseos indeterminables por su pequeñez y forma imprecisa y, tras los primeros análisis, concluyeron que eran de tres esqueletos distintos. A uno de ellos pertenecían 81 fragmentos correspondientes a 29 huesos nominables; al segundo, 85, pertenecientes a 25 huesos, y al tercero, 90, pertenecientes a 24.
Las conclusiones de los tres forenses respondieron a las tres preguntas esenciales formuladas por el arzobispo. Tras señalar que se había tomado una muestra para someterla a análisis químico comparativo con huesos normales y huesos antiguos, siguiendo las técnicas del momento, establecen que el hallazgo pertenece a tres esqueletos “de los cuales los dos primeros cruzaban el tránsito del segundo al último tercio de la duración media y fisiológica de la vida; mientras que el tercero parece que estaba en este”.
A la segunda pregunta, la cuestión clave de la antigüedad, contestan señalando que no es posible determinarla, pero añaden: “Teniendo en cuenta su estado de integridad y composición, tan parecida a la del esqueleto céltico citado [la muestra de un esqueleto muy antiguo analizado en Francia por Girardin con la que contrastan los restos], puede asegurarse que cuentan con siglos de existencia.” Y la pregunta definitiva, resueltas las dos anteriores: ¿podrían corresponder los huesos encontrados al Apóstol y a los dos discípulos que con él se ha-bían enterrado? La respuesta, sin ser afirmativa, deja el campo abierto: “No parece temeraria la creencia de que dichos huesos hayan pertenecido a los cuerpos del Santo Apóstol y de sus dos discípulos.”
Los tres forenses finalizan especificando que todos los trabajos de identificación, excepto los análisis químicos, se realizaron por las noches, entre el 9 y el 25 de febrero de 1879, en el propio lugar donde habían aparecido los restos. El informe lo firman el 29 de julio del mismo año.
Resueltos al final sin grandes contratiempos los dos primeros pasos -el hallazgo y su análisis-, Payá y Rico decide preparar toda una línea de argumentos históricos y documentales que refuerce el proceso ante el Vaticano, a quien iba a corresponder la última palabra. Para ello encarga, entre otras misiones, el trabajo histórico principal a dos reputados historiadores y académicos del momento, Fidel Fita y Aureliano Fernández-Guerra, que se desplazan a Galicia, desde Madrid, para recabar todo tipo de documentación. En total, se emplean más de tres años en estos cometidos, hasta que en marzo de 1883 Payá y Rico firma el Decreto Arzobispal de confirmación del hallazgo.
Resuelto el expediente afirmativamente en Santiago -era difícil prever otro resultado-, quedaba la tarea decisiva: la confirmación al más alto nivel eclesiástico de las reliquias por el Vaticano. Payá y Rico sabe que no va a ser fácil y por eso hace uso de sus excelentes contactos en Roma -conocía y contaba con la amistad del propio papa León XIII- antes de iniciar el proceso oficial.
No todo el mundo en el Vaticano estaba dispuesto a aceptar que las pruebas presentadas podían llevar a algo tan relevante como la confirmación de las reliquias de un apóstol de Cristo 19 siglos después de su muerte. Era, en todo caso, algo excepcional, pero no inédito. Como el propio Vaticano reconoce, en el mismo siglo XIX se habían confirmado “por permisión divina”, los restos de San Francisco de Asís, Santa Clara Legisladora, San Ambrosio Pontífice e incluso los de otros dos apóstoles, San Felipe y Santiago el Menor. Este contexto ayudará a resolver, sin duda, la cuestión compostelana. Son reveladoras las palabras del papa León XIII incluidas en la bula Deus Omnipotens (1884), al señalar que era lógico que saliesen a la luz tantos cuerpos santos perdidos “en las tinieblas del olvido” en unos tiempos en los que “la Iglesia es sacudida por las mayores tempestades y los cristianos necesitan incentivos más fuertes para la virtud”.
El papa nombró una comisión extraordinaria de la Congregación de Ritos para que estudiase el expediente enviado desde Santiago. La Congregación estaba presidida por el cardenal Domingo Bartolini, prefecto de la Congregación de Ritos, y los también cardenales Mónaco La Valletta, Ledochowski, Serafini, Parocchi, Bianchi y Tomás Zigliara. El promotor de la fe -abogado del diablo- fue monseñor Agostino Caprara.
El primer veredicto oficial, emitido en mayo de 1884, consideró insuficientes las pruebas enviadas desde Santiago, por lo que se acordó que el cardenal Caprara, como abogado del diablo, se desplazase a España a resolver en un sentido u otro los puntos más oscuros del proceso. El promotor de la fe viajó para ello a Pistoia (Italia), donde se conservaba desde el siglo XII la única reliquia no compostelana reconocida del Apóstol, regalo del arzobispo Diego Gelmírez a Atón, obispo de esta ciudad. Aquí encontrará una de las pruebas determinantes.
Al examinar la reliquia en compañía del forense Francesco Chiapelli, este determina que se trata de un fragmento de la apófisis mastoidea derecha, hueso situado en la parte posterior e inferior del cráneo. Aparece seccionada de una forma inusual. Observa, además, que presenta una mancha oscura que atribuye a la acción de la sangre coagulada. Se le advierte que Santiago había muerto decapitado y entonces Chiapelli encuentra la explicación necesaria para ambas cuestiones.
Ya en España, Caprara se detiene en Madrid, donde se entrevista con los expertos que habían trabajado en el informe histórico, y en Santiago de Compostela, donde examina los huesos y el lugar del hallazgo y se entrevista con todos los que habían participado en el proceso. Se detiene especialmente con los tres forenses. Pregunta si entre los fragmentos encontrados aparece alguna apófisis mastoidea. Le responden que faltaba una correspondiente al lado derecho de uno de los esqueletos. Chiapelli informa que la existente en Pistoia corresponde justamente a ese lado. Va a ser la prueba esencial. Permite identificar lo que serían los huesos del Apóstol entre los demás. Guerra Campos, gran estudioso de este proceso, así lo reconocía en una publicación de 1985: “El fragmento de Pistoia sirvió providencialmente para confirmar la identificación.”

El papa sentencia////
Tras completar su investigación consultando una voluminosa documentación, Agostino Caprara regresa a Roma -antes pasa de nuevo por Madrid para unas últimas gestiones- y se dedica durante unos días a redactar su informe. Por supuesto -ahora sí- es positivo. La comisión especial de la Congregación de Ritos lo confirma el 19 de julio de 1884, mediante un informe que el cardenal Bartolini eleva al papa y que este resuelve publicar de inmediato, aprovechando la proximidad del 25 de julio -fiesta de Santiago-. Y así se hace. El veredicto papal se da a conocer al mundo en la iglesia de España en Roma el mismo día 25, con la presencia de Bartolini y Caprara, entre otras altas jerarquías vaticanas.
De este decreto se tuvo noticia oficial en el Arzobispado compostelano al día siguiente, mediante un telegrama enviado por el cardenal Bartolini, que comenzaba significativamente de la siguiente manera: “¡Gracias a nuestro Señor! Es ya un hecho la conservación en Compostela de los sagrados restos de Santiago el Mayor y sus discípulos los Santos Teodoro y Atanasio. Quedan, pues, con el decreto pontificio superadas para siempre jamás antiguas cavilaciones.” El Boletín Oficial del Arzobispado de Santiago (BOAS), que publica la noticia el día 31 de julio, destaca esta hecho como uno “faustísimo acontecimiento” y ordena su difusión por toda la archidiócesis compostelana. El canónigo compostelano José María Díaz estima que en tan positivo resultado final debió de influir la vieja relación del cardenal Payá con el papa León XIII, ya que las reticencias y obstáculos no faltaron incluso en el entorno más inmediato.
El 1 de noviembre del mismo año era el propio León XIII el que, mediante la bula Deus Omnipotens, confirmaba definitivamente como auténticos los restos encontrados en 1879 e invitaba a los católicos a volver de nuevo su mirada hacia la peregrinación a Compostela. León XIII quiso dar a la decisión un sentido práctico e inmediato declarando 1885 Año Jubilar extraordinario.
Al mismo tiempo, el pontífice invitaba a los católicos a volver de nuevo su mirada hacia la peregrinación a Compostela, que sitúa a la altura histórica de las de Roma y Jerusalén. Parece innegable que en este acto pontificio está el origen del nuevo despertar de Santiago y, ya en el siglo XX, de su Camino. Sin duda, no iba a ser lo mismo afrontar la posteridad con las confirmadas y de nuevo accesibles reliquias del apóstol Santiago, que sin ellas, o -peor todavía- con ellas tras haber sido rechazadas como auténticas por el Vaticano. La decisión de Payá y Rico había sido muy arriesgada, podía incluso haber agravado la situación, pero al final había abierto el futuro. Subiendo las escaleras que llevan a dar el abrazo al Apóstol se observa en el suelo de la pequeña capilla de la derecha un espacio rectangular acristalado: marca el lugar donde aparecieron las reliquias en 1879. [MR]
V. Caprara, Agostino / resurgimiento / Santiago el Mayor, reliquias de / Santiago, urna de


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