Comunidad autónoma española donde se sitúa la ciudad de Santiago de Compostela, meta de la ruta jacobea, y en cuya catedral se conservan los restos atribuidos al Apóstol. Por este motivo en ella confluyen todos los caminos jacobeos. La cruzan siete vías históricas principales y una ruta marítima que rememora la llegada por mar a sus costas, en el siglo I desde Palestina, de los restos mortales del apóstol Santiago.
Desde que a principios del siglo IX se descubrieron en los límites occidentales gallegos los restos de Santiago, su historia oficial, aunque no tanto su historia social, ha girado en gran medida al compás del hecho jacobeo. Esto fue así sobre todo durante la Edad Media, cuando la Iglesia de Santiago se convirtió, en determinados períodos, en la más poderosa e influyente de la península. El descubrimiento del sepulcro de Santiago y el posterior desarrollo compostelano como el gran centro europeo de peregrinaciones, junto con Roma, es el acontecimiento más relevante de su historia. El actual escudo de Galicia, surgido en el siglo XV y que presenta sobre un campo azul un cáliz de oro con una hostia de plata, es la representación de un famoso milagro eucarístico producido en O Cebreiro, el punto más simbólico del Camino Francés en Galicia, hacia el año 1300. Es una muestra de esa relevancia.
A principios de los pasados años noventa, Galicia comenzó un periodo de reactivación del fenómeno jacobeo aprovechando el tradicional dinamismo generado por los años santos compostelanos, que se celebran cada seis, cinco, seis y once años. Se inició la recuperación y dotación de servicios en los caminos y se realizaron distintas campañas promocionales. Las iniciativas coincidieron con un periodo internacional de revalorización de la Ruta Jacobea, que continúa en el presente.
Algún autor ha relacionado el topónimo Galicia con ‘galaxia’, término griego asimilable a la Vía Láctea, aludiendo así a esta luminosa franja de estrellas nocturnas que por las noches parece marcar la dirección hacia el extremo occidental gallego, motivo por el que los peregrinos la convirtieron en una de las señas de identidad del Camino de Santiago. Sin duda el topónimo gallego es anterior al Camino -es la Gallaecia romana-, pero hay quienes defienden un posible itinerario anterior y remoto, de carácter iniciático, que conduciría a través de la línea de la Vía Láctea hasta el límite final del mundo, el temido y admirado finis terrae medieval.
Dejando a un lado las tradiciones y leyendas que sostienen que Santiago alcanzó en Galicia el punto más lejano de su predicación, simbólico motivo por el que habría sido enterrado en esta tierra, lo cierto es que la relación gallega con la cuestión jacobea se inicia hacia los años 820-830 cuando se descubre, en lo que hoy es la ciudad de Compostela, un sepulcro de origen romano que, por motivos que desconocemos, se atribuye al apóstol Santiago el Mayor. El rápido y sorprendente desarrollo del santuario levantado en torno a la tumba convierte pronto al naciente espacio sacro y a la ciudad a la que da lugar en centro del poder religioso y político gallego.
Desde el siglo XII se hacen periódicos esfuerzos por vincular a Galicia, controlada en gran medida por el señorío eclesiástico compostelano, con la causa jacobea. En el Codex Calixtinus, de esta centuria y elaborado en torno a la catedral compostelana, se alude a Santiago como el “Apóstol de Galicia” y su patrón. Tampoco se desaprovecha la ocasión para destacar lo que eso representa: “Multitud de pueblos vienen hasta él a Galicia”, en alusión al Camino de Santiago, que estaba en ese momento en su apogeo, recibiendo peregrinos de toda Europa. “Feliz tierra de Galicia, que has merecido tener tan gran tesoro”, señala el mismo manuscrito, al tiempo que se hace extensible esta expresión de alegría a la “dichosa gente de España” honrada con el poder de un príncipe tan excelso.
Pese a la actitud propagandística del Calixtinus, la historia demuestra que Santiago nunca fue el santo preferido de los gallegos. Lo superaron en devoción otros como San Roque, Santa Lucía, San José, etc. Caso especial es el santuario de Santo André de Teixido, en el extremo norte de Galicia, de dificilísimo acceso durante años y que, sin embargo, es considerado el verdadero santuario atávico de los gallegos. Es cierto que la Iglesia compostelana, pese al poder que acumuló durante siglos, nunca se preocupó de mirar hacia el resto de Galicia como un territorio a administrar y gestionar con criterio y diplomacia. Antes al contrario. Lo demuestran los numerosos conflictos con la nobleza gallega y otros sectores.
Pese a esta situación, el eco internacional logrado por la peregrinación compostelana medieval, representada de forma singular por la imagen del Santiago peregrino que se expande por el territorio peninsular abierto -forzando el símil- por el Santiago caballero, hará que en un momento dado los gallegos y, sobre todo, su intelectualidad y clases dirigentes comiencen a ver en el fenómeno algo más que una parte de la historia gallega. Sucederá en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, coincidiendo en gran medida con el final del periodo menos expansivo de Compostela, que había convertido a los peregrinos históricos en apenas un recuerdo del pasado. Ahora se reconocen los beneficios directos e indirectos obtenidos por Galicia en este proceso, sobre todo durante la parte central de la Edad Media, cuando a través del Camino de Santiago recibe todo tipo de influencias culturales y sociales y está en conexión directa con Europa, como el resto del norte de España. Es el único momento, se sostiene, en el que Galicia coprotagoniza la historia española.
El reconocimiento acaba saltando de los intelectuales al ámbito político, cuando los sectores galleguistas promueven la festividad de Santiago de cada 25 de julio como la gran fiesta de Galicia, convocándola por vez primera en el año jubilar compostelano de 1920. Con la llegada de la democracia y las autonomías (principios de los ochenta) la fiesta del Apóstol pierde peso y deja de celebrarse en muchas zonas de España. Mientras tanto, en Galicia se convierte en la gran festividad institucional de la comunidad, entroncando con la propuesta de 1920. Y es aceptada por todos, ya sea para reivindicar la identidad gallega (sectores nacionalistas), ya para promoverla como el Día de Galicia (ámbito institucional y fuerzas políticas de alcance estatal).
El impulso que determinados prelados de finales del siglo XIX y principios del XX dan al agotado y triste santuario compostelano recuperando el prestigio de las reliquias de Santiago y fomentando las peregrinaciones se hizo en gran medida a costa de los gallegos. Dejando a parte algunas pequeñas y esporádicas peregrinaciones extranjeras y de otras partes de España -que renacen por sí mismas a finales del siglo XIX- fueron las diócesis gallegas y sus arciprestazgos los primeros en llenar de peregrinos las calles compostelanas, especialmente durante los años santos.
Muchos llegaban a regañadientes. Santiago nunca había sido un santo de especial devoción para las gentes gallegas no compostelanas. Se limitaron a dejarse llevar y contribuyeron a que la catedral santiaguesa se pudiese mostrar de nuevo al mundo como un santuario vivo, facilitando la aparición de las peregrinaciones del exterior, que comienzan a ser significativas desde los años cuarenta, en el caso español y fomentadas principalmente por el franquismo, y cincuenta, en el caso de las extranjeras.
Cuando en los pasados años sesenta y setenta comenzaron a llegar de nuevo con cierta regularidad los peregrinos a pie -hasta ese momento el automóvil y el tren eran los medios más utilizados- a través de un Camino de Santiago todavía sin recuperar, los gallegos no estaban entre ellos, quizás por su proximidad a la meta. Los pioneros fueron los extranjeros -franceses, alemanes, belgas, etc.-, seguidos de los demás españoles. Sin embargo, los gallegos estuvieron entre los primeros en atender a los nuevos caminantes y en darles acogida, muchas veces en sus casas, antes de que surgiesen los primeros servicios específicos para ellos. Se conocen curiosas historias sobre estos primeros momentos en los que los nuevos visitantes -en alguna zona rural los primeros extranjeros que se veían- eran llamados por los campesinos os pelegríns. Salvo para las gentes del campo y, a veces para la guardia civil, pasaban desapercibidos para casi todos, incluso para la propia Iglesia, que sólo tenía atenciones con ellos -y no siempre- al llegar a Compostela.
Las cosas no mejoraron mucho en los años ochenta, cuando se advierte la eclosión del Camino. El inicio del primer gobierno autonómico gallego coincide con el Año Santo compostelano de 1982. Toma posesión el 21 de enero y su primer acto oficial colectivo fue una simbólica peregrinación al sepulcro de Santiago. Sin embargo, poca más trascendencia tuvo en ese primer año del ejecutivo la celebración jubilar y el propio hecho jacobeo en general. La falta de rodaje y la escasez de medios de la Administración autonómica de los primeros años lo impidieron.
Será en el Año Santo compostelano de 1993 cuando el Gobierno gallego, ya dotado de medios y con diez años de rodaje, decida tomar la cuestión jacobea como un factor potencialmente relevante para la cultura, el turismo y la economía gallegas. Va a intervenir con amplios objetivos y medios, diferenciados de los propios de la Iglesia compostelana, en la promoción turístico-cultural del acontecimiento y la recuperación y dotación de infraestructuras específicas en el Camino de Santiago en Galicia, iniciando su revitalización general. La ambición del proyecto llevó a crear por vez primera una imagen de marca civil diferenciada de la correspondiente a la Iglesia: el Xacobeo 93, que competirá con la denominación religiosa tradicional: “año santo compostelano o año jubilar compostelano”.
El impulso gallego, complementado por las iniciativas que se toman por ese tiempo en las demás comunidades de la ruta del norte de España, derivó en la revitalización de todo el Camino Francés, seguido posteriormente de otras vías históricas. Galicia repitió el esquema de 1993 en los siguientes años santos del ciclo (1999 y 2004), y se advirtió una línea de continuidad en la estructura administrativa -no tanto en la programación- para el celebrado en 2010, fin del ciclo iniciado en 1993.
Son siete los caminos de Santiago que cruzan Galicia reconocidos oficialmente por el Gobierno autonómico. A ellos se une la denominada Ruta Jacobea del Mar de Arousa y Ulla, nacida en los años sesenta del siglo XX para rememorar el legendario traslado, desde Palestina a Galicia, de los restos de Santiago, tras su decapitación en Jerusalén. De los siete caminos oficiales, sobresale por su indiscutible peso histórico el Camino Francés, que entra Galicia por el mítico alto de O Cebreiro y alcanza en esta comunidad una gran concentración de peregrinos, por su proximidad a la meta.
Los otros seis son los caminos Primitivo y del Norte, que tuvieron relevancia en los primeros tiempos de la peregrinación, con dos trazados principales que entran en Galicia por Asturias, procedentes de Francia, Euskadi y Cantabria; el Camino Inglés, propio de los peregrinos británicos y de otras partes de Europa que viajaban en barco hasta el puerto de A Coruña, principalmente; el Camino Portugués, que desde el suroeste de Galicia utilizaban los peregrinos procedentes de Portugal; y el Camino del Sudeste, utilizado para llegar desde el sur y centro de la península, a través de la Vía de la Plata. Además, se considera itinerario jacobeo el Camino de Fisterra-Muxía, utilizado por determinados peregrinos medievales y de los siglos siguientes que, después de venerar la tumba apostólica, se sentían atraídos por el viaje hasta Fisterra, el extremo occidental de la tierra conocida hasta el fin del medievo, y el santuario de A Barca (Muxía), donde la tradición afirmaba que la Virgen María se había aparecido a Santiago montada en una nave durante la predicación de este por los límites del mundo antiguo.
Otros dos itinerarios optan a ser reconocidos como jacobeos en Galicia. Son el llamado Camino de Invierno, que desde la ciudad leonesa de Ponferrada (Camino Francés) siguieron por el centro de Galicia algunos peregrinos históricos para evitar las montañas de O Cebreiro, y el Camino Portugués por la Costa, una senda alternativa que marchaba por la línea costera portuguesa y gallega hasta internarse por Redondela y Padrón camino de Santiago.
En los últimos diez años el número de gallegos que han realizado el Camino, tanto por el interior de la comunidad como partiendo desde otros países y zonas de España, ha crecido de forma continua, incrementando su porcentaje en relación con las restantes comunidades en 2008 y 2009, algo habitual en vísperas de año santo, momento en el que la presencia gallega en la ruta se dispara, según se aprecia desde 1993. En los años no jubilares -o en sus vísperas- Galicia aparece habitualmente entre el quinto y el octavo lugar entre las comunidades con más peregrinos en ruta, en una lista que suelen encabezar Madrid, Cataluña y Andalucía, según los datos de la Oficina del Peregrino de Santiago. El Camino que más transitan los gallegos es, con gran diferencia, el Francés, seguido del Portugués, ambos en esta posición desde los pasados años noventa. En la primera década del siglo XX los gallegos han descubierto los restantes itinerarios citados. [MR]
V. Galicia, Día de / Xacobeo