XacopediaMaría, Santa

Estaría incompleta cualquier reflexión acerca del hecho jacobeo sin una alusión al tema mariano. Por María se inserta y se inicia la peregrinación del Hijo en el mundo y, en consecuencia, la verdad de la Encarnación, de la Redención y de la Predicación del evangelio va ligada a la verdad de María. Si ella no es una mujer libre, si no otorga su cuerpo y alma para que nazca el Hijo de Dios, no hay Encarnación, ni Redención ni el evento cristiano tiene realidad histórica. Por eso, donde ella no es tomada absolutamente en serio como persona real, dando su consentimiento a Dios y cooperando con Él, no hay cristianismo pleno. En este sentido es muy significativo que desde la teología se la califique como “exponente de la fe católica”. Su “sí” consciente y cooperante con Dios es la condición para que él plante su “tienda entre nosotros”, sea el Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’. “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe” (LG 58), pasando a través de las pruebas que el peregrinar creyente comporta para nosotros en la condición de confusión, de indiferencia y de tibieza en relación de la fe.

La antropología de Dios va a corresponder, en la Virgen María, a la teología del ser humano: el movimiento de descenso produce un movimiento de ascenso. Dios elige y llama gratuitamente; el hombre, elegido y llamado, responde con libertad en la gratuidad del consentimiento. Esta antropología de Dios, revelada en la Anunciación y capaz de manifestar en plena luz el que fuera el designio del Eterno desde los albores del mundo, lleva consigo la marca de la vida del Dios tripersonal: la Virgen, figura del acogimiento del Hijo, es la creyente que en la fe escucha, acoge, consiente; la Madre, figura de la generosidad superabundante del Padre, es la generadora de la vida, que en la caridad dona, ofrece, transmite; la Esposa, figura de la nupcialidad del Espíritu, es la criatura viva en la esperanza, que sabe unir el presente de los hombres al futuro de la promesa de Dios. Fe, amor y esperanza reflejan en la figura de María la profundidad del consentimiento a la iniciativa trinitaria y la huella que esta misma iniciativa imprime indeleblemente en ella. La Virgen Madre se ofrece como icono del hombre según el proyecto de Dios, creyente, esperanzado y amante, icono, a su vez, de la Trinidad que lo ha creado y redimido y a cuya obra de salvación está llamado a consentir en la libertad y la generosidad del don.

Según Juan Pablo II, María -icono de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia- “indica el camino, Cristo, que es el único mediador para encontrar en plenitud al Padre”. En su Inmaculada Concepción es modelo perfecto de la criatura humana, en cuanto que colmada desde el inicio de la gracia divina elige en libertad el camino de Dios. Teniendo en cuenta que la glorificación corporal de la Virgen anticipa aquella glorificación a la que están destinados todos los elegidos, el papa la califica como “signo de esperanza para los últimos de la tierra, que serán los primeros en el reino” y como “peregrina en la fe, estrella del tercer milenio”, a quien la Iglesia sigue “caminando por las sendas tortuosas de la historia, para levantar, promover y valorizar la inmensa procesión de mujeres y hombres pobres y hambrientos, humillados y ofendidos [...] Como tal, a todos los que recurren a ella los guía hacia el encuentro con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

Puede decirse, recurriendo a las palabras del teólogo ruso Pavel Evdokimov, que la historia de María es “un compendio de la historia del mundo, es su teología reunida en una sola palabra” y también “que ella es el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada”. “María, en efecto, ha entrado profundamente en la historia de la salvación -afirma el Vaticano II- y en cierta manera reúne en sí y refleja las exigencias más radicales de la fe. Al honrarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre (LG 65)”.

Teniendo en cuenta el hecho jacobeo, podemos afirmar que el auge de las peregrinaciones coincide con la Edad de Oro de la devoción mariana en Occidente. La teología, la iconografía y el culto marianos profundamente arraigados en la cristiandad oriental pasan con fuerza creciente también a la occidental, renovados con el encuentro entre los nuevos pueblos, latinos, germanos, celtas y eslavos, convertidos al cristianismo y cuyo vínculo más permanente es el Camino de Santiago. Estos pueblos cristianizados aportan, según su propia sensibilidad, nuevos elementos en las expresiones culturales relacionadas con la Madre de Dios.

Los escritores eclesiásticos medievales desarrollan cada vez más la reflexión teológica sobre la posición única de María en el plano de la Redención, hasta el punto de establecer que a ella se le debe un culto más elevado que a los demás santos y ángeles, que se llamará hiperdulía. El sentido de la fe del pueblo cristiano lo ha percibido siempre de una forma sublime dedicando a la Virgen innumerables expresiones de afecto y devoción que impregnaban toda la vida religiosa y profana de la sociedad medieval. Los fieles quedaban atraídos y fascinados por la grandeza de María, como se expresa en toda la literatura popular y erudita medieval.

La piedad mariana se pone de manifiesto en las predicaciones, en los códices y en los libros de oración litúrgica como misales, libros de las horas y cantoneras miniadas de los monasterios y catedrales. Se difunden numerosas leyendas marianas en las que se resalta la confianza en María y sus continuos milagros en favor de sus hijos devotos y peregrinos. Los más renombrados monjes, escritores, oradores y misioneros medievales de Occidente, como el inglés San Beda el Venerable (673-735) -de su pluma nacieron algunas de las más bellas poesías a la Virgen-; el ravenés, gran reformador de la Iglesia, San Pedro Damián (1007-1072); San Anselmo de Aosta (1034-1109); San Bernardo; el dominico San Vicente Ferrer (1350-1419); el franciscano San Bernardino de Siena y muchos otros dedican a esta predicación gran parte de sus energías y componen homilías, himnos y tratados de gran profundidad teológica y literaria en honor de María.

Desde la Alta Edad Media se difunden por todas partes imágenes y esculturas de la Virgen que enseguida pasan a formar parte de los grandes mosaicos de las basílicas, de los murales románicos y de las portadas de las iglesias, casi siempre integradas en el ciclo de la historia salvífica cuyo centro es Cristo.

Este inmenso movimiento tendrá una gran influencia en la liturgia de la Iglesia y en la institución de numerosas fiestas litúrgicas en honor de los diferentes misterios de la Virgen. Seguramente mucho antes del siglo IX ya se consideraba el sábado como un día dedicado a Santa María.

Si esta devoción es un elemento estructurante e intrínseco de la genuina piedad católica, para los pueblos que atraviesan los caminos jacobeos, esta piedad y veneración marianas articulan una parte importante de su identidad, por estar enraizadas en el entramado sociocultural y religioso de todos los países que reciben el influjo del hecho jacobeo. Los países de Europa están llenos de testimonios marianos y son demostración fehaciente de que el pueblo, con su sana intuición de fe, sabe que donde está María está la verdadera Iglesia de Cristo y la plena salvación de la humanidad. Sólo en Galicia existen más de cien santuarios marianos, 500 iglesias dedicadas a Santa María, 30.000 imágenes con más de 200 modelos iconográficos y otras manifestaciones complementarias que son consecuencia de una profunda religiosidad mariana. Los mismos cruceiros, que son un monumento a la cruz redentora, son también un canto a la corredentora. Ninguna expresión artística expresa con más belleza e impronta popular esta prerrogativa mariana. De los 25.000 cruceiros existentes en Galicia, al menos unos 20.000 recogen alguna advocación mariana. Junto al tema de la corredención, el otro gran asunto es la maternidad divina e, incluso, la Inmaculada Concepción, entre otros. No cabe duda de que todo ello trasciende los límites del Camino de Santiago, que ha sido cauce de expansión y acogida de diversas advocaciones marianas.

La primera noticia escrita, aparte de las tradiciones marianas con respecto a la predicación de Santiago en España -Nuestra Señora del Pilar- y en Galicia -A Nosa Señora da Barca-, la encontramos en los albores de la gran peregrinación jacobea. De hecho, uno de los primeros peregrinos transpirenaicos que acuden al sepulcro del Apóstol, en el año 951, es Gotescalco, obispo de Le Puy quien encarga, en el monasterio riojano de San Martín de Albelda, una copia del Tratado sobre la Virginidad de María de San Ildefonso de Toledo. Este personaje había salido de Aquitania acompañado de un gran número de peregrinos y se dirigía a toda prisa a Galicia implorando la misericordia divina y el auxilio de Santiago. La Iglesia de Le Puy estaba consagrada a Santa María y, sin duda, en su recorrido dio impulso al culto mariano en el Camino. Pasado el año 1000 se conocen muchos centros marianos de peregrinación que se ubican en el Camino Jacobeo o en lugares adyacentes. Son frecuentes los testamentos que recogen peregrinaciones de españoles a esos centros marianos, cuyo nacimiento surge al calor de la peregrinación a Santiago. Podemos citar Rocamadour, Oviedo, Guadalupe, Roncesvalles, etc.

Todas las advocaciones marianas a lo largo de las rutas jacobeas son como una combinación de cadencias y acentos que dan un sentido de armonía al Camino, siendo la advocación de Santa María el sonido fundamental al que acompañan, como armónicos, esos gratos y bellos genitivos que dan un carácter especial.

María aparece unida a Santiago, como hecho significativo para la posteridad, en el relato De rebus Hispaniae de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), por Rodrigo Jiménez de Rada; en la Estoria Gótica el traductor hace intervenir, bajo el estandarte de María, a Santiago en aquella memorable batalla: “Las señas de los reyes era la imagen de sancta María de Toledo, con quien siempre vencieron. Et diziendo: ‘¡Dios aiuda et Sanctiagüe!’; los otros: ‘¡Castiella, Castiella!’; otros: ‘¡Aragón, Aragón!’, et otros: ‘¡Navarra! “ firieron todos de coraçon”. [SP]

V. María peregrina


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