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La cultura jacobea ha sido fuente continuada de inspiración para la actividad literaria casi desde su surgimiento, en el siglo IX. Sin haber llegado a establecer un género propio, la presencia de lo literario en el universo jacobeo se percibe ya desde finales de dicho siglo. Tres han sido los sentidos y objetivos de esta actividad: la generación de un conjunto de relatos que diesen cobertura al descubrimiento y presencia del sepulcro de Santiago en Compostela -se prolonga durante casi toda la Edad Media con versiones posteriores-; la realización de un conjunto de historias que cantasen las glorias del Apóstol, especialmente en su faceta de patrón y protector de España, y la concreción de una literatura en torno al Camino de Santiago, su historia y sus leyendas.

En los tres casos el balance productivo presenta resultados desiguales y muestra una cierta discontinuidad a través del tiempo, con periodos de notable creatividad y otros de casi nula actividad, coincidentes en este segundo caso con las fases de menor dinamismo del propio hecho jacobeo.

Pese a que decíamos al principio que el universo jacobeo no llegó a convertirse en un género literario propio, esto es así solo en sentido estricto. Son de gran valor descriptivo, documental y literario varios de los relatos de peregrinos históricos que han llegado hasta nosotros desde el siglo XV. Sus peripecias e impresiones a través de la ruta presentan rasgos comunes y han constituido un pequeño género literario propio englobado en la literatura odepórica que en esta obra, por su relevancia y singularidad, se estudia y resume en la entrada correspondiente. El género, por cierto, se ha reactivado con gran éxito desde finales del siglo XX con las aportaciones de los peregrinos contemporáneos.

La necesidad de dotar al hecho del descubrimiento del sepulcro de Santiago el Mayor en un punto perdido de la geografía peninsular de un sentido y una lógica para responder a una serie de preguntas básicas, ya presentes en la mentalidad medieval y sobre todo en las preocupaciones de la propia Iglesia, hizo que muy pronto se buscase en los recursos literarios la solución a los espacios oscuros. Es así como ya a finales del siglo IX surge la primera obra literaria estrictamente jacobea -si no nos remontamos a textos prejacobeos como la Passio Iacobi o el himno O Dei verbum, de los siglos VI al VIII- destinada a llenar el vacío de la llegada del cuerpo de Santiago a Galicia y su enterramiento en el área de la Diócesis de Iria Flavia. La historia se recoge en la Epístola del papa León, que contó con diversas versiones en España y otros países europeos (Francia, Bélgica). El texto parte posiblemente de leyendas y tradiciones orales.

Hay que esperar al siglo XI para encontrar la siguiente creación realmente relevante. Resuelto el complejo tema de la traslación del cuerpo, al menos desde el punto de vista literario, era necesario poner por escrito el momento del descubrimiento del sepulcro. No había sobrevivido ninguna fuente documental directa, así que, aprovechando seguramente la pervivencia de ciertos relatos orales, se crea la narración del descubrimiento, que aparece por primera vez en la Concordia de Antealtares (1077).

En el siglo XII se perfecciona y amplia el espectro: surgen los milagros de Santiago y se genera y difunde una imagen europea de este, en consonancia con el éxito de las peregrinaciones a su sepulcro. El resultado final de este proceso se percibe sobre todo en una obra: el Codex Calixtinus, de cuyos libros se harán numerosas copias repartidas por Europa. Tendrán especial éxito los milagros de Santiago, que transcurren en distintos puntos de la geografía continental, y la legendaria historia del emperador Carlomagno, que acude a liberar el sepulcro del Apóstol tras aparecérsele este en sueños, viviendo mil aventuras y desventuras por toda la península.

El éxito de este relato puramente fantástico será grande en varios países de Europa, especialmente Alemania, Francia e Italia, y ayudará al prestigio e incremento de las peregrinaciones. Su ideario encaja a la perfección en la mentalidad medieval y se convertirá en el mayor éxito de la literatura vinculada a Santiago hasta finales del siglo XX. Dará lugar a obras como la del italiano Nicola di Verona (s. XIV), que recrean estos hechos con un gran conocimiento de los lugares del Camino, quizás por haber sido peregrino.

Es también a partir del siglo XII cuando el hecho jacobeo comienza a generar una actividad literaria propia en varios países, a través de nuevas versiones de textos compostelanos como la translatio y el propio descubrimiento del sepulcro. Gran influencia tendrá al respecto la hagiografía de la vida de Santiago realizada por el italiano Jacopo de Varazze en el siglo XIII en su Legenda aurea. El éxito de la obra en su conjunto y el del propio relato de Santiago en particular contribuirá también a la difusión continental de su figura.

Mientras tanto, en España se sigue perfeccionando la leyenda compostelana, con creaciones destinadas a justificar el nacimiento del Voto de Santiago, resaltar las gestas del Apóstol en apoyo de los ejércitos cristianos, etc. Con estos relatos, muchas veces incluidos en obras sin finalidad literaria, se acaba de completar el hecho jacobeo como un proceso inherente a la historia española. En este sentido, son numerosos los poemas que cantan las gestas y milagros de Santiago. Sucede en obras tan relevantes como el Poema de Fernán González (s. XIII) y en textos que de forma directa o indirecta reciben la influencia de la dinámica jacobea, aunque su temática sea distinta. Tal es el caso de las Cantigas de Santa María (s. XIII). Y es que el Camino de Santiago y lo jacobeo serán vía de transmisión de la lírica peninsular medieval. El dinamismo y la “internacionalización” de esta ruta fomentaron el contacto entre trovadores franceses e hispanos, y fueron decisivos en el esplendoroso desarrollo de la lírica galaico-portuguesa y peninsular desde el siglo XII.

A partir del siglo XV nace y se consolida la literatura odepórica como la parte más singular y reveladora del hecho de la peregrinación a Santiago, sus motivos y sus realidades. Una serie de peregrinos franceses, italianos y alemanes, fundamentalmente, nos dejarán para la posteridad las crónicas de sus viajes a Santiago, en una relación que se prolongará con características semejantes hasta las puertas del siglo XIX. Son también de gran valor literario-musical las numerosas canciones de peregrinos que surgen en Alemania y Francia, así como en otros países del entorno. Narran experiencias, sentimientos, dan consejos para la peregrinación, alaban a Santiago, etc., con un tono literario innegable y en determinados momentos con gran intensidad lírica.

Pero no serán las únicas novedades que llegarán con el final de la Edad Media. En los siglos XVI y XVII se pone en cuestión la figura del apóstol Santiago como patrón de España. La nueva mentalidad religiosa y social y el propio hecho de que el Apóstol representase una carga para media España, a través del Voto de Santiago, hace que surjan numerosas y poderosas voces empeñadas en relegar su figura, incluso retirándole el patronazgo español. Esta situación generará una serie de panfletos y libros en los que, unas veces intentando partir de hechos y documentos históricos y otras simplemente con la pluma y el ingenio como único recurso, se irá construyendo un corpus literario de variable intensidad y valor que enriquecerá la vida de Santiago con nuevas hazañas y leyendas.

En la disputa participarán autores de primera fila. Quevedo será el principal y más conocido escritor al servicio del Apóstol. Es destacable también la Oda a Santiago de Fray Luis de León, escrita por puro amor santiaguista poco antes de que comenzasen los enfrentamientos señalados.

Otros autores se preocuparán más por la peregrinación y sus consecuencias, por lo que surgen obras que de forma íntegra o parcial aluden a este hecho, que es gran motivo de polémica y debate en la España del siglo XVII. El Camino había adquirido fama de ser un reducto de pordioseros, ladrones y buscavidas que encontraban en su hospitalidad y diversidad el lugar perfecto donde ocultarse. De ello y de la propia relevancia o no de la figura de Santiago hablan, de forma casi siempre parcial, obras como el Viaje a Turquía (s. XVI); La romera de Santiago, de Tirso de Molina (s. XVII) y otras piezas menores. Algunos autores se aproximan de forma aún más tangencial, pero muy reveladora, a la cuestión en alguna de sus obras. Lo hace, por ejemplo, Cervantes en algunos pasajes de El Quijote (s. XVII) y Lope de Vega (s. XVI-XVII).

Serán los siglos XVIII y XIX un tiempo de escasos frutos para la literatura jacobea, si exceptuamos los relatos de algunos peregrinos extranjeros en la primera de estas centurias. Sólo algunas obras y textos santiaguistas aislados relacionados con el período más crítico del Voto a Santiago -tanto en defensa de los argumentos compostelanos como en contra- ofrecerán alguna nueva creación, sin novedades significativas desde el punto de vista literario. Merece quizás mención por su singularidad la narración de Diego Torres y Villarroel, Viaje a Santiago y otros romances (s. XVIII), un poema en el que cuenta en tono jocoso su peregrinación a Santiago.

Se producen también algunas creaciones tardías en Francia y Alemania sobre la peregrinación jacobea, especialmente en forma lírica. Sin embargo, será a finales del siglo XIX cuando la situación comience a cambiar. Decisivo para ello van a ser los estudios que en distintos lugares de Europa y la propia España difunden y prestigian el hecho jacobeo, en el que se intuye una fuerza y carácter singular, tanto por su dimensión europea como por los enigmas que circundan muchos de sus temas esenciales.

Valle-Inclán es el primer autor conocido que en el siglo XX se asoma a la literatura de contenido jacobeo. Lo hace en la narración breve Flor de Santidad (1904). La protagonista conoce a un peregrino que la llevará a dar un cambio radical.

Vuelven a renacer también en este siglo -se advertían síntomas desde finales del XIX- las crónicas de viajes a Compostela y surgen, ya en las primeras décadas, los primeros relatos modernos de peregrinos -la nueva literatura odepórica-, llegados desde distintos puntos de España y el extranjero. Este proceso culmina a finales del siglo con la eclosión de una nueva literatura vivencial en la que numerosos peregrinos -muchos de ellos famosos- narran sus experiencias a través del Camino. Los pioneros fueron el brasileño Paulo Coelho con El peregrino de Compostela (diario de un mago) (1987), de gran éxito, y la actriz norteamericana Shirley McLaine, con The Camino: Journey of the Spirit (1994). A ellos les siguieron otros -actores, escritores, artistas- cuyas experiencias, contadas en varios casos ya a principios del siglo XXI, se han convertido en best sellers. El más destacado ha sido el humorista alemán Hape Kerkeling, cuyo relato, Meine Reise auf dem Jakobsweg, publicado en 2006 y traducido al español como Bueno, me largo (2009), ha vendido cientos de miles de ejemplares, especialmente en Alemania. Otros autores más o menos famosos -coreanos, checos, ingleses, franceses, brasileños- han seguido esta estela con positivos resultados, tanto para ellos como para el incremento de peregrinos en el Camino.

En algún caso, estos relatos se han limitado a acercarse a la ruta jacobea con la visión más neutra del viajero, más que la del peregrino. También aquí el éxito ha acompañado a varios autores, casi todos periodistas. Entre los primeros figuran el irlandés Walter Starkie (años cincuenta), el gallego Álvaro Cunqueiro (principios de los sesenta) y los franceses Jean N. Gurgand y Pierre Barret con su Priez pour nous à Compostelle (1978), casi un libro de culto. El caso más relevante desde los noventa es el del holandés Cees Nootebon, que con su Desvío a Santiago (1993), en el que el Camino es la disculpa para la narración de un viaje por España, logró vender cientos de miles de ejemplares en distintos países. También acompañaron los buenos resultados al gallego Suso de Toro con La flecha amarilla (1998), donde el texto se enriquece con las fotografías de Xurxo Lobato.

Con ser novedoso y significativo el boom de las crónicas del Camino, salpicadas de practicidad y sentimiento, no lo es menos la conversión de esta ruta en recurrente escenario literario. Es un fenómeno propio de los siglos XX y XXI. La literatura de ficción comenzó a adueñarse del Camino ya en los años setenta con varias novelas y libros de interpretación, fundamentalmente de origen francés, en los que aparece como un territorio iniciático, propicio a los enigmas más remotos y ocultos. Es el caso de autores como Fulcanelli, Charpentier, etc., seguidos por españoles como Fernando Sánchez Dragó o Juan G. Atienza. En estos el dato aislado o la insinuación histórica se utiliza para crear un universo especulativo sobre los orígenes e interpretaciones ocultas del Camino. No en todos los casos se deja de lado la búsqueda del rigor.

El espacio exclusivo de ficción lo abrió en 1958 el escritor cubano Alejo Carpentier con el relato El Camino de Santiago, un texto lírico-barroco de gran éxito. Fue sólo el principio de una serie de novelas que iban a surgir desde los años ochenta con argumentos al gusto actual, vinculados a la epopeya vivencial de la peregrinación, a sus protagonistas pasados y presentes y a las historias más o menos enigmáticas que acompañan a la ruta desde sus orígenes. La novela histórica y las tramas policíacas sobresalen entre los estilos más recurrentes.

La relación de autores es casi interminable -sobre todo desde finales de los pasados años noventa-, pero el pionero de este nuevo estilo, con diversas variables, fue Jesús Torbado y su casi mítica novela de El peregrino (1993). Le siguió Matilde Asensi con Iacobus (2000). También comenzaron a editarse las primeras novelas en el extranjero, en países como Alemania, Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Portugal o Canadá. Entre los autores españoles de los últimos años que han publicado novelas con esta temática figuran Espido Freire, Toti Martínez de Lezea, Jesús Sánchez Adalid, la hispano-canadiense Tracy Saunders, etc. Algunos de ellos han obtenido relevantes premios con obras de esta temática.

Con menos intensidad y frecuencia, también Santiago de Compostela, la propia ciudad-meta del Camino, ha inspirado obras narrativas y poéticas en las que se mezcla el eco jacobeo con su propia historia y singularidad. Destacaron en este oficio varios narradores y poetas gallegos, y creadores tan conocidos como Federico García Lorca, Gerardo Diego, Álvaro Mutis, etc. Estos últimos, fundamentalmente poetas, son de los escasos ejemplos de presencia poética moderna y contemporánea en el mundo jacobeo, un espacio todavía despejado.

Por último, una singularidad más de la literatura del Camino: los diarios íntimos, muy frecuentes a cargo de todo tipo de peregrinos y procedencias, con las experiencias y sensaciones de la ruta y, por supuesto, los impagables libros de visitas de los albergues y restaurantes más propios de la ruta. En ellos miles de peregrinos han dejado auténticas joyas de la reflexión espontánea, sin duda otra forma de literatura. [MR]


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