En español revelación. Se conoce con este término latino la aparición del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor en el espacio de la actual ciudad de Compostela hacia los años 820-830. El vocablo alude al hecho milagroso de la aparición, mediante la intervención divina, o sea, a través de una revelatio. Esta forma sobrenatural de descubrimiento y conocimiento es propia de la voluntad de Dios, que llega adonde el hombre no puede alcanzar, y es aceptada por la Iglesia. Los criterios racionales pasan a un segundo plano “ante la fuerza misma de la revelación, manifestación a su vez, de la potentia y de la praesentia del mártir”, señala Fernando López Alsina.
En lo que respecta a la tradición compostelana del sepulcro de Santiago, la revelatio ha sido interpretada como el desencadenante del descubrimiento, redescubrimiento o hallazgo del sepulcro, pero siempre mediante una intervención divina que iba más allá de la comprensión humana. En este sentido, las señales de la revelatio divina dieron lugar a la inventio, el hecho material en sí del descubrimiento. Inventio procedente del latín [invención, hallazgo] y es el término oficioso utilizado por la Iglesia para referirse a este acontecimiento.
Hay que matizar que lo sucedido en Compostela no fue un hecho aislado, aunque sí más exitoso. Ya desde el siglo IV formaba parte de las tradiciones de la cristiandad occidental que los mártires evidenciasen su protección a un pueblo o comunidad revelando en algún momento especialmente oportuno su lugar de enterramiento.
El hallazgo del sepulcro de Santiago -en este primer momento habría que hablar todavía de sepulcro y cuerpo, más que de reliquias y arca- se presenta como una revelación milagrosa, precedida por distintas señales sobrenaturales de aviso. ¿Cuáles fueron? Hay que fijarse en dos textos muy distintos para resolver la cuestión.
El primero es la narración que de la revelatio hace la Concordia de Antealtares (1077), un documento compostelano donde se describe como un ermitaño llamado Paio observa unas extrañas e inusuales luminarias en un cementerio próximo abandonado. Da aviso al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, y este, tras unos días de ayuno y preparación espiritual, recibe la revelación divina de unos ángeles: el lugar marcado por las luminarias es nada más y nada menos que el punto donde se encuentra el sepulcro de Santiago el Mayor, uno de los doce apóstoles de Cristo.
El segundo texto es del siglo XII y aparece en el Codex Calixtinus de la catedral compostelana. Se trata de la Historia de Turpín (libro IV), que se abre con la conocida aparición de Santiago al emperador Carlomagno (742-814) para que acuda al extremo occidental de España a liberar su ignorado sepulcro y abrir un camino hacia él. Carlomagno, por supuesto, acepta el mandato divino. Con anterioridad a este hecho había observado unas extrañas y hermosas estrellas en el cielo que se dirigían hacia Galicia. Había sido la preparación para la revelación recibida. El relato, fantástico de principio a fin, supone la segunda forma de revelatio utilizada por la Iglesia compostelana.
Desde siglos atrás, a este conocido texto se le da valor literario pero no es aceptado como parte de la tradición compostelana, que sigue en lo fundamental la narración de la Concordia de Antealtares. La revelación a Carlomagno chocaba de lleno con la lógica histórica más elemental de los acontecimientos que siguieron a continuación, pero tuvo gran éxito en Europa y ayudó a la difusión de las peregrinaciones.
Aunque la revelación divina no se atiene habitualmente a razones humanas, es probable que Teodomiro la interpretase en relación con un culto al apóstol Santiago ya existente y cuyo origen desconocemos. La celebración exclusiva de su festividad desde el siglo VIII en el noroeste hispano, frente al resto de la península, o el himno asturiano O Dei Verbum (784-785), donde se le cita ya como patrón de Hispania, así lo darían a entender. La inspiración para estas acciones previas a la revelación la habría proporcionado el Breviario de los Apóstoles, difundido texto latino de los siglos VI y VII en el cual se afirmaba que Santiago había predicado en las tierras occidentales del mundo conocido. Galicia era su parte más extrema.
Nos encontramos, por tanto, ante un culto con un origen que no podemos precisar, pero que debería tener una cierta presencia, porque si no la fuerza de la revelatio hubiese quedado diluida por el desconocimiento de su mensaje. Solo siguiendo por este camino se podría entender la sorprendente decisión de Teodomiro y la todavía más sorprendente del rey Alfonso II el Casto de aceptar el hecho de inmediato, concediendo las primeras donaciones y privilegios y mandando levantar la primera iglesia del Apóstol. [MR]
V. Concordia de Antealtares / inventio