Xacopediacancionero galaicoportugués

El canto poético de los trovadores nace en la Provenza en el siglo XI y florece en el XII. En España tendrá una gran influencia sobre todo en la corte catalano-aragonesa, y en menor grado en la castellano-leonesa, a donde llega en buena medida a través del Camino de Santiago.

El primer trovador conocido fue Guillermo de Poitiers (1071-1127), Guillermo IX de Aquitania. Los trovadores provenzales son nobles aristócratas que componen sus trovas, generalmente de tema amoroso, y cantan ellos mismos en ámbitos elevados, o más bien son interpretadas por juglares a su servicio. Entre ellos hay pues una clara diferencia de clase social. Ambos son muy viajeros, lo que incide en la rápida difusión de su obra y de las noticias que en ella se narran, que posteriormente serán recopiladas en cancioneros que dan una reseña biográfica del trovador, a veces de la razón o motivo de la pieza y, sobre todo el texto, y sólo en ocasiones la notación musical con que se cantaba. De la mayoría sólo nos ha llegado el poema, pero no la música, de aquí que esta lírica tenga más importancia literaria que musical.

Aunque la influencia provenzal suele tomarse como primera referencia cronológica, la lírica galaicoportuguesa tiene sus propios comienzos y su propio estilo literario, de modo que más que una procedencia cabría proponer más bien un encuentro entre ambas, contacto que se vio potenciado por el Camino de Santiago como elemento de transmisión de gentes y culturas.

Desde el siglo IX en el extremo noro-ccidental de la península, el gallego se ha diferenciado bien del latín, -aunque aún no aparece en escritos- pues este idioma continúa siendo la lengua de los documentos legales, de la liturgia y de la enseñanza tanto en Galicia como en toda Europa. A finales del siglo XII aparecen los dos primeros escritos literarios sobre los que hay dudas: para unos es la cantiga de escarnio Ora faz ost’o senhor de Navarra, de Joan Soares de Paiva, escrita antes del año 1200 (en 1198 para unos y 1196 para otros), y para otros la que se conoce como Cantiga da Ribeiriña, también llamada Cantiga da Garvaia, compuesta por Paio Soares de Taveirós probablemente en el año 1198 o 1189, aunque existen dudas en la datación. Sea una u otra, lo más interesante es que anticipan el papel de la lírica como la locomotora del idioma gallego.

A comienzos del siglo XIII aparecen los primeros documentos no literarios en gallego, idioma que se impondrá al latín en su uso oral y llega pronto a una situación de cooficialidad en los documentos notariales, bandos, pleitos, etc. aunque el latín sigue poseyendo el estatus de lengua universal de cultura. El reinado de Fernando III el Santo (1217-1252), criado y educado en Galicia y peregrino a Santiago, supondrá el momento de la lírica galaicoportuguesa, que llega a su apogeo con Alfonso X el Sabio (1252-1284) también educado en Galicia. Son tiempos en que el castellano es la lengua hablada en la corte, pero el galaicoportugués es el lenguaje para la poesía y la música. En las cortes de ambos reyes, sobre todo el segundo, se celebran certámenes literario-musicales a los que se convocaba a los mejores trovadores y juglares. Esta corriente literaria y musical encontrará también el favor de los monarcas portugueses, uno de ellos trovador de prestigio, Dioniosio I de Portugal, Don Denis, llamado el Rei-Trobador.

Entre los siglos XII-XIV el gallego se convierte en la lengua lírica de la península (salvo Cataluña), con rango internacional, presente en autores gallegos, portugueses, castellanos, occitanos, sicilianos... y, sobre todo, en las cortes reales y señoriales de Santiago, Toledo, Coimbra y Lisboa. Prueba de esto es la Carta al Condestable de Portugal del Marqués de Santillana: “E después fallaron esta arte que mayor se llama e el arte común, creo, en los reynos de Gallicia e Portugal, donde non es de dubdar que el exercicio destas sciencias más que en ningunas otras regiones e provincias de España se acostumbró; en tanto grado que non ha mucho tiempo qualesquier decidores e trovadores destas partes, agora fuesen castellanos, andaluces o de la Extremadura, todas sus obras componían en lengua gallega o portuguesa”.

Galicia y Portugal han mantenido una histórica relación de hermandad lingüística y cultural desde los suevos, en que compartían el territorio entre los ríos Miño y Duero. En este periodo medieval la peregrinación a Santiago a través del Camino Portugués será cauce de transmisión de la lírica galaicoportuguesa, en la que aparecen numerosos ejemplos que acreditan que Compostela era punto de concurrencia de los trovadores y juglares de toda la península y, en particular, de los galaicoportugueses. Los códices que recogen esta producción entre finales de siglo XII y mediados del XIV utilizan una lengua en la que no se pueden hallar rasgos dialectales, sino que se trata de una coiné o lengua común o unificada que recibe el nombre de gallegoportugués y cuyo estudio refleja que no se trata de una mera imitación de la lírica trovadoresca provenzal, sino que aporta numerosos elementos autóctonos.

Si en la lírica provenzal, en términos generales, el trovador es aristocrático, y el juglar es el intérprete a su servicio en modo que incluso si compone es al servicio de su señor, en la lírica galaicoportuguesa se confunden estos papeles. E incluso surgen figuras intermedias o colaterales. El trovador también es aristócrata, incluso del más alto nivel, como los reyes Alfonso X de Castilla y León, o Dionisio I de Portugal. El juglar, a veces también al servicio de un señor y de clase social baja, tiene aquí un papel más autónomo, y es también compositor de sus obras, de modo que trovador y juglar se confunden y hasta se hacen sinónimos, si no es, claro está, por la notable diferencia social entre ellos. Además aparece una figura intermedia, el segrel, que compone e interpreta sus propias obras, y tiene una posición social intermedia; suele tratarse de un escudero, un hidalgo o un clérigo, que acompaña a los ejércitos, más para entretener que para combatir. Es una figura propia galaicoportuguesa que no existe en la Provenza ni en Sicilia. Otras figuras específicas son las juglaresas o soldadeiras que cantan y danzan acompañando a los ejércitos o en la corte, de no muy buena reputación, y de las que las cantigas de escarnio dejaron buena memoria, sobre todo a María Balteira en la corte de Alfonso X.

La forma propia de este género es la cantiga o composición poética para ser cantada. Por la temática se distinguen tres tipos de cantigas: las de amor, similar a las provenzales, en las que un caballero expresa sus cuitas de enamorado; las cantigas de amigo, de tradición autóctona, inexistentes en la lírica provenzal, en las que la enamorada relata su ansiosa espera a su enamorado ante un confidente allegado, y las cantigas de escarnio o maldecir, con crítica satírica hacia algún personaje.

Son una forma propia de la trova galaicoportuguesa y dentro de ellas se reconocen distintas variantes temáticas. Las bailadas expresan la alegría de amar y de vivir, con métricas y ritmos que incitan al baile, y en las que los paralelismos y repeticiones responden a la existencia de dos voces o coros que se alternaban en la ejecución según un formato muy tradicional. Las barcaloras o mariñas son cantigas que ambientan la espera del amigo con el mar de testigo, de modo que la enamorada habla sobre el mar o con el mar. Las albas hablan de la separación de los amantes al amanecer, a diferencia de las alboradas, propias de la lírica provenzal y ausente en la galaicoportuguesa. Finalmente están las de romería, muy específicas de la lírica galaicoportuguesa, que ambientan expectativas amorosas en el marco de romerías y peregrinaciones a ermitas o santuarios, y donde el Camino de Santiago y la ciudad de Compostela cobran un claro protagonismo, no sólo como foco de romería, sino como cauce de transmisión de cantigas, trovadores, segreles y juglares.

Por si hubiera dudas de las diferencias entre las líricas provenzal y galaicoportuguesa, son definibles unas características propias del estilo hispano noroccidental. Una diferencia muy característica de la poesía gallegoportuguesa, muy usado en las cantigas de amigo y menos en las de amor, es el leixaprén, recurso literario medieval que consiste en la repetición de los segundos versos de un par de estrofas como primeros versos del par siguiente. En términos más generales la lírica galaicoportuguesa se distingue de la provenzal por el uso de estrofa corta con estribillo, la carencia de artificio, los paralelismos o repeticiones, el sentimiento y la nostalgia y una distinta concepción amorosa. Ampliando a toda la península, hoy se considera que las jarchas hispano-mozárabes, las cantigas de amigo galaicoportuguesas y los villancicos castellanos son ramas de una misma tradición popular, que permite afirmar que existía en la península una poesía lírica antigua, verdadera raíz de la literatura española.

La producción artística de estos trovadores nos llega a través de tres cancioneros. En primer lugar el Cancionero de Ajuda, pues se conserva en la biblioteca del palacio real de esta ciudad vecina a Lisboa. Manuscrito por un copista en letra gótica, quedó inacabado, pues contiene los versos, pero no se rellenó el espacio reservado para la notación musical. Igualmente no se completaron todas las miniaturas con escenas musicales, que debían acompañar los textos. Data de finales del siglo XIII, y contiene cantigas de amor, de amigo y de escarnio, pero lamentablemente sin la melodía musical con que se interpretaban, en un total de 310 cantigas, de las cuales 56 también figuran en el Cancionero de la Vaticana y 189 en el Cancionero Colocci-Brancuti, ambos posteriores al de Ajuda, que es el más antiguo y fiable por estar elaborado en la época trovadoresca en la corte de Alfonso X el Sabio. Las primeras ediciones completas datan de 1824 y 1849, aunque la edición clásica es la realizada por Carolina Micaëllis de Vasconcelos en 1904. Los otros dos cancioneros, el Cancionero de la Vaticana y el Cancionero Colocci-Brancuti (o de Lisboa) fueron copiados a finales del siglo XV o comienzos del XVI por orden de Angelo Colocci (1467-1549). El primero pasó a la Biblioteca Vaticana, donde fue descubierto en 1840 por Fernando Wolf. El de Lisboa, llamado también de Colocci-Brancuti por los nombres de su inspirador y de su último poseedor, fue descubierto en la biblioteca del conde Paolo Brancuti en 1878 y adquirido por la Biblioteca Nacional de Lisboa en 1924. Ambos cancioneros fueron copiados a partir de manuscritos antiguos deteriorados que pudieron ser compilados por Pedro de Portugal, conde de Barcelos, en la primera mitad del siglo XIV.

El Cancionero de la Vaticana contiene 210 hojas numeradas con 1.205 cantigas, atribuidas a un centenar de autores diferentes. Fue manuscrito por dos amanuenses, uno copiador de los poemas y otro de los nombres de los autores, pero igualmente sin transmitirnos la música.

El Cancionero Colocci-Brancuti es una copia de comienzos del siglo XVI, que contiene 1.567 composiciones, distribuidas en 335 folios y pertenecientes a los tres géneros de cantigas: de amigo, de amor y de escarnio, que igualmente nos llega sin notación musical.

Se produjo, pues, una grave pérdida de este tesoro musical, porque, aunque se propuso la tesis de que muchas de ellas no tuvieron música propia, sino que usaban otras melo-días, incluso litúrgicas, es indudable que fueron hechas para ser cantadas, y así se recoge en escritos que cuentan como los trovadores y juglares afinaban los instrumentos con que se acompañaban, incluso hacían crítica artística del cantor, si eran o no autores de las piezas que interpretaban, al modo de los cancioneros provenzales. Que se trataba de piezas para ser cantadas y buscaban su personalidad musical, queda fuera de duda por la existencia del espacio reservado para la notación musical del Cancionero de Ajuda.

Hoy se asume que estos cancioneros, más que traducir otros cánones estilísticos extranjeros, muestran el encuentro de dos tendencias: la influencia de la trova provenzal que llega en buena medida a través del Camino de Santiago, y los rasgos autóctonos de una lírica peninsular preexistente. Ya Alfonso X el Sabio reprochaba a Pero da Ponte hacer poemas a la manera provenzal en vez del estilo propio de Bernal de Bonaval, lo que indica que existía un estilo autóctono, diferente a los cánones provenzales.

La lista de trovadores y juglares galaicoportugueses es muy larga, muchos de ellos de biografía bien conocida y otros de los que apenas se tienen datos. Sin afán exhaustivo citaremos los que, por una razón u otra, creemos representativos y pueden ser consultados separadamente en esta obra: Payo Gómez Chariño, Pero da Ponte, Bernal de Bonaval, Alfonso Eanes de Cotón, Airas Nunes, Don Denís, João Zorro, João Soares do Paiva, Pai Soares de Taveirós, Pedro Eanes Solaz, Fernando Esquío, Vasco Fernandez Praga de Sandín, Nuno Fernandes Torneol, Pedro Amigo, Mendiño, Xohán de Cangas y Martín Codax. Cabría añadirse, desde luego al rey Alfonso X, pero su figura será estudiada con referencia a las Cantigas de Santa María, que merecen capítulo aparte tanto por su volumen como por su significado. [AS]


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