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La peregrinación a Santiago favoreció el desarrollo de una red de caminos que atravesaban la península, originariamente, sobre la base de calzadas romanas que intentaban sortear o bordear ríos y acuíferos. En el siglo XII el Camino de Santiago, principalmente el Francés, se constituyó como una gran arteria de comunicación por la que circulaban multitud de peregrinos, lo que propició que se incrementasen las infraestructuras para facilitar el paso. Entre las grandes iniciativas de equipamiento, destacó la construcción de puentes de nueva planta o bien rehabilitados sobre antiguas fábricas de piedra romanas.
Los puentes más emblemáticos del Camino de Santiago se localizan en el Camino Francés, por la intensa tradición peregrina de esta ruta, en la que el más relevante es, sin duda, el que da nombre a Puente la Reina, sobre el río Arga, mandado construir por Doña Mayor, mujer de Sancho III de Navarra, en la confluencia de los dos ramales del Camino que entraban en España por el puerto de Roncesvalles y por Canfranc. Es un gran puente de 109 m de longitud, de seis bóvedas de cañón de sillería con arquillos de aligeramiento, perfil alomado y luces máximas de 20 m. Se cita en el Códice Calixtino (s. XII) como puente Arga, donde acampó Carlomagno tras reagrupar a sus ejércitos.
La técnica de construcción de los puentes medievales se fundaba en una tradición de prácticas transmitidas oralmente y que tenía su origen en la ingeniería romana.
El puente medieval se construye con vanos impares y, por tanto, con número par de pilas, en una disposición intuitiva para que la mayor capacidad de desagüe se encontrase en el centro del río. Por ese motivo, la bóveda central suele tener mayor abertura que las demás. Otro rasgo característico de muchos de ellos es el perfil en “lomo de asno”, que se acentúa cuando la bóveda central se construye apuntada o en ojiva.
En el Camino hay diversos puentes de bóveda apuntada, como el de San Miguel, en Jaca, o el de Ponferrada. El de San Miguel es una bóveda de más de 20 m de luz. Está situado en el tramo del Camino que penetra desde Francia por Canfranc.
El puente de la Magdalena, en Pamplona, presenta el mismo estilo que el de Puente la Reina y por eso su base indica que en su origen pudo ser románico. Parece que los arcos primigéneos de medio punto fueron sustituidos por los apuntados. Después del de San Pedro, se trata del más antiguo sobre el río Arga. Ha experimentado diversas reformas a lo largo de los siglos. La obra más reciente se abordó en 1963, cuando se restauró su aspecto original. Emplazado en el barrio del mismo nombre, constituye la entrada principal a la ciudad para los peregrinos que realizan el Camino de Santiago. En 1939 fue declarado Monumento Histórico-Artístico.
El puente Fitero, sobre el río Pisuerga, en el linde entre Burgos y Palencia, es uno de los más largos de todo el recorrido jacobeo. Lo mandó construir Alfonso VI y en sus inmediaciones se localizan la ermita y el hospital gótico de San Nicolás.
El puente del río Órbigo, en León, es otro de los más largos del Camino. Tiene 20 luces en arco de diferentes tipologías, con arquillos de aligeramiento en uno de los tramos centrales. El conocido puente del Passo Honroso, enclavado en la antigua calzada romana, fue construido hacia el siglo XIII. Su tamaño, mucho mayor que el actual cauce del río por la construcción del embalse de Barrios de Luna, resultaba conveniente a las características del Órbigo de la época, tal y como constatan los 20 arcos que lo componen. Pasó a la historia por la iniciativa en la que Suero de Quiñones, mítico personaje de esta tierras, propuso al rey unas justas sobre el puente, implicando en ellas a todos aquellos que se encontraran en peregrinación a Santiago, con la finalidad de romper 300 lanzas y así librarse de la argolla de hierro que atenazaba su cuello en penitencia por el amor a su dama. El caballero que se negase a luchar debía depositar su guante en señal de cobardía y atravesar vadeando el río.
También en León, el Camino salva el río Cea por el puente de Sahagún, una estructura medieval característica con su perfil alomado y los tajamares que se prolongan hasta la coronación, formando apartaderos para proteger del tráfico a los caminantes.
Ya en Galicia, a los romanos se debe la construcción en el siglo II del primer puente de la villa de Portomarín, Lugo, que unía los dos barrios locales y posteriormente sería aprovechado por los peregrinos, convirtiéndose en un enclave fundamental en el Camino de Santiago, pues era uno de los escasísimos puentes que por aquel entonces permitían cruzar el Miño. Portomarín ya aparece citada como Portumarini en el año 792. En el Códice Calixtino (s. XII) se refleja como Pons Minee [puente del Miño]; ya entonces era un hito importante del camino jacobeo, siendo su mayor esplendor sobre todo en los siglos X-XII, cuando, como paso obligado del Camino de Santiago, es considerado uno de los hitos más importantes, tras la cima de O Cebreiro. En 1112 el puente fue destruido por Doña Urraca, reina de Castilla, para frenar el paso de las tropas de su marido, Alfonso el Batallador; ocho años más tarde esta misma reina ordenaría reconstruir el puente a Pedro el peregrino.
En el tramo del Camino entre Portomarín y Melide, donde enlazaba con una calzada romana que unía Lugo con Santiago, se encuentran dos puentes, Leboreiro y Furelos, que fueron construidos para el paso de los peregrinos, aunque también de los comerciantes, porque la peregrinación a Santiago coincidió con una época de renacimiento económico.
Algo antes, puente Áspera, en Sarria, salva el Río Celeiro. Se erigió en tres arcos elaborados en sillería de granito, sobre los cuales se asientan los cachotes de pizarra formando un murete y el basamento del piso. Su datación resulta incierta.
En el Camino Portugués destaca el puente de San Telmo (o das Febres), pequeño pontón de un solo arco de viejos sillares de piedra donde San Telmo en 1251 enfermó en su peregrinación a Compostela; el puente de Pontesampaio, donde el pueblo en armas derrotó al mariscal Ney durante la Guerra de la Independencia; y el puente sobre el Ulla, en Cesures, donde aguas abajo el obispo Cresconio tuvo que construir las Torres de Oeste, para frenar los ataques de las naves vikingas.
En Ourense, situado en el Camino del Sudeste Mozárabe, se puede citar el puente Viejo [A Ponte Vella, en gallego] construido por los romanos como lugar estratégico para controlar el paso del río y la explotación de las aguas termales de las Burgas. En el siglo XIII comienza un nuevo renacer en la ciudad, cuando se restaura el puente y se levanta la catedral. Este resurgir estuvo vinculado a la demanda del vino de O Ribeiro que, centralizado desde esta ciudad, se enviaba hasta Santiago de Compostela, entre otros lugares, por el mismo camino seguido por los peregrinos.
Ya en el tramo de Prolongación del Camino hacia Fisterra, uno de los puentes más emblemáticos es el de A Ponte Maceira, con cinco ojos principales; el del centro es apuntado y los cuatro restantes de medio punto con un acusado peralte y rompeaguas en punta de diamante. El pretil es de mampostería con albardilla plana elevada en el centro, coincidiendo con el ojo apuntado. Popularmente, se dice que es un puente romano aunque los historiadores señalan que fue levantado en el siglo XIV y reconstruido en el XVIII, a pesar de que su base pueda ser romana. Cuenta la leyenda que el puente se derrumbó cuando los soldados romanos perseguían a los discípulos de Santiago, que pedían un lugar digno para enterrar a su maestro; las aguas se abrieron para facilitar la huida de los que se consideraban elegidos de Dios y después arrastraron a los romanos río abajo.
En el Camino Inglés, se debe citar Pontedeume con un puente original sobre el río Eume, quizá de los más largos de Europa cuando fue construido, paso estratégico en todas las épocas. El primer documento que hace referencia a este puente data de 1162 y se trata de una donación a través de la que se transfieren fondos para mantenerlo en buen estado.
Originariamente estuvo construido con madera y en el siglo XIV se reconstruye con piedra. Como curiosidad, contó con un hospital de peregrinos en su estructura. Según consta en un documento de la época, disponía de 78 arcos, de los cuales siete fueron eliminados poco después. Actualmente está compuesto por 15 arcos y llegó a medir 850 m de largo.
En el Camino Norte, que presentaba grandes dificultades de paso, los puentes fueron numerosos. Sobresalen dos: el de Santiago, en Irún, que une Francia y España por Euskadi y de gran tradición peregrina y el mítico ‘Puente que tiembla’, en Asturias, inestable construcción que fue martirio de caminantes durante siglos.
En el Camino de Santiago el puente se considera como un equipamiento, como pueden ser los hospitales, ermitas, iglesias y hospederías que se iban localizando a lo largo de la ruta. Pero, además, creaba en sus proximidades otras actividades como presas, molinos y establecimientos de portazgos, que favorecían la formación de núcleos rurales y el desarrollo local.
El filósofo alemán Martin Heidegger señala que este tipo de construcciones le aportan a la corriente las dos extensiones de paisaje que se encuentran detrás de las orillas. Lleva la corriente, las orillas y la tierra a una vecindad recíproca. El puente coliga la tierra como paisaje en torno a la corriente. De este modo, conduce a esta por las riberas. Sus pilares, que descansan en el lecho del río, aguantan la presión de los arcos que dejan seguir su camino a las aguas de la corriente.
El puente medieval, como recuerda Arturo Soria, permite a las cosas del entorno relacionarse con su propio sitio y entre sí. El puente construye el lugar o, en la terminología de Heidegger, permite que aparezca.
Con el Camino de Santiago se impulsó la formación de nuevas poblaciones a lo largo de su trazado y, además, determinó un desarrollo peculiar de muchos de los que atravesaba, en los que la ruta modificó su estructura, generando un desarrollo lineal a lo largo de una calle en la que se asentaban hospitales, iglesias, hospederías, etc. Esta disposición todavía se puede apreciar en Santo Domingo de la Calzada, en Burguete, en Castrojeriz o en Molinaseca, en León, donde -en este último caso- las calles principales se orientan siguiendo la dirección del Camino desde el puente sobre el río Meruelo, llamado puente de los Peregrinos, que está en uno de sus extremos. El intenso tráfico de peregrinos a pie o a caballo impulsó la construcción de puentes y mejoras en las calzadas. La historia cuenta como dos constructores de puentes, Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega dedicaron su vida al mantenimiento del Camino en buenas condiciones. Santo Domingo de la Calzada se convirtió en el patrón de los ingenieros de caminos.
En siglos anteriores, la carretera y el Camino se construían en un diálogo con el territorio. El ingeniero medieval o el decimonónico tenían que estudiar y recorrer detenidamente la traza del que iban a construir, buscando la mayor facilidad y seguridad de tráfico de caminantes, animales o transportes. Se dice que el Camino antiguo se ciñe al paisaje y, a su vez, inventa paisajes, que determinan el recorrido hacia Santiago de Compostela.
En la actualidad el puente ya no se identifica con el Camino. En las carreteras, autovías y autopistas modernas sus trazados en planta y alzado están sometidos a la velocidad y el puente es un accesorio para facilitar la continuidad de rasante. A medida que aumentaba la velocidad de los medios de transporte, el Camino se ha ido separando del territorio y del paisaje. En este contexto técnico, el puente ha perdido el protagonismo que tenía en las carreteras y caminos construidos hasta el siglo XX. Sin embargo, en el Camino medieval, era una permanencia que orientaba a peregrinos, erigiéndose en una metáfora pétrea de la esperanza del caminante tras su destino.
Los puentes del Camino de Santiago, con sus formas puras, ascéticas y sin alardes decorativos, hacen intuir su múltiple dimensión metafórica, que se ha perdido en la actualidad, e incluso algunos de ellos han perdido también el río que cruzaban. [IM]


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