Xacopedialimosna

La peregrinación histórica a Santiago está unida muy estrechamente a la práctica de la limosna, admitida e incluso estimulada en el Codex Calixtinus (s. XII). Este texto recomienda al peregrino marchar ligero de equipaje y libre de ataduras, y sobrevivir gracias a la hospitalidad y las limosnas. También anuncia bienes para quienes las repartan. En la peregrinación moderna esta tradición ha desaparecido.

Cuando el caminante comenzaba su viaje a través del Camino de Santiago, recibía antes de salir el báculo, que simboliza la ayuda para luchar contra las tentaciones, y la escarcela, por la cual, según el Códice Calixtino, “se designa la esplendidez en las limosnas y la mortificación de la carne […]. El hecho de que el morral sea un saquito estrecho significa que el peregrino, confiado en el Señor, debe llevar consigo una pequeña y módica despensa […]. El hecho de que no tenga ataduras, sino que esté abierto por la boca siempre, significa que el peregrino debe antes repartir sus propiedades con los pobres y por ello debe estar preparado para recibir y para dar”.

Santiago y su hermano Juan, lo mismo que Pedro y su hermano Andrés, cuando fueron llamados por Jesucristo, dejaron su casa, su familia, el trabajo y las riquezas materiales y emprendieron un nuevo camino en su vida para ser pescadores de hombres. Así, en el relato de Mateo se dice que “caminando adelante, vio otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando las redes y los llamó. Y ellos, al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (Mateo, 4, 21-22). Asimismo, cuando los manda a predicar el Reino de Dios, les dice: “No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el obrero merece sustento” (Mateo, 10, 9). En la línea bíblica, el Códice Calixtino asegura que “el peregrino, si se aleja de su tierra, es decir, de los negocios terrenos y de sus malos hábitos, si sale de entre su parentela, esto es, del ámbito que llena la noticia de sus pecados, y si persevera en las obras buenas, sin duda alguna, el Señor hará que aumente el número de las innumerables naciones angélicas en la bienaventurada gloria […]. Los apóstoles fueron peregrinos, pues el Señor los envió sin dinero ni calzado. Por lo cual de ningún modo se les concede a los peregrinos llevar dinero, a no ser para repartirlo entre los pobres […]. Por tanto, no siguen al Señor los que quieren vender sus bienes y gastarlos en la peregrinación, sino los que los venden y dan a los pobres […]. Pues es una gran vergüenza y una gran afrenta el hecho de que mientras un peregrino desfallece, otro esté ebrio. Los bienes, disfrutados en común, lucen más”.

Este espíritu era posible porque también en el Códice Calixtino se advertía que “los peregrinos, tanto pobres como ricos, han de ser caritativamente recibidos y venerados por todas las gentes cuando van o vienen de Santiago. Pues quienquiera que los reciba y diligentemente los hospede, no sólo tendrá como huésped a Santiago, sino también al Señor”. La atención al peregrino a través de las limosnas, el alimento, el alojamiento o los cuidados sanitarios está simbolizada en la imagen que desde el monasterio compostelano de San Martiño Pinario contempla la entrada de peregrinos a través de la puerta del Paraíso de la catedral de Santiago. Martín, montado en su caballo, rasga su capa de soldado para compartirla con un pobre que la necesita más que él. Cuenta la leyenda que esa noche se le apareció en sueños el mismo Cristo arropado con el trozo de capa que le había dado al pobre.

En la Vilanova del Códice Calixtino, identificada por muchos con la actual Arzúa, donde el Camino Norte se une al Francés, se cuenta que «un necesitado peregrino de Santiago pidió limosna por amor de Dios y de Santiago a una mujer que tenía el pan bajo las calientes cenizas. Pero ella respondió que no tenía pan y el peregrino le dijo: “¡Ojalá se convierta en piedra el pan que tienes!”. Y cuando el peregrino aquel salió de la casa y estuvo lejos, se acercó la mala mujer a las cenizas y, pensando recoger su pan, encontró una piedra redonda en vez del pan. Y ella, arrepentida de corazón, siguió en seguida al peregrino, pero ya no lo encontró».

La Regla de San Benito, extendida a lo largo de todos los caminos de peregrinación, decía que “al recibir a pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud, porque en ellos se recibe especialmente a Cristo”. Las tres necesidades básicas que tenía un peregrino desde los primeros tiempos en que empezaron a transitar por los Caminos de Santiago eran la asistencia espiritual, la alimentación y el hospedaje, y los conventos benedictinos se encargaron de cumplir con los mandatos de su regla. Además, había otras instituciones que procuraban atenciones y cuidados a los peregrinos. Por ejemplo, en Francia, algunas instituciones repartían entre los peregrinos a Santiago una especie de sopa llamada gallofa. En muchas ocasiones, la manutención o el hospedaje fueron sustituidos por las limosnas, incluso en los propios conventos o en otras instituciones religiosas.

La almoina//// En el siglo XII, el Cabildo de la catedral de Lleida había auspiciado en la Pia Almoina, anexa a la Seu, un comedor para peregrinos, pobres y enfermos que funcionó hasta el siglo XIV, cuando esta práctica fue sustituida por el pago de una limosna a los necesitados para sufragar su manutención. Uno de los reyes más hospitalarios con los peregrinos a Santiago que transitaban por el Camino de Sant Jaume fue, sin duda, Pedro IV (1336-1387). La distribución de la almoina [limosna en catalán] del rey estaba coordinada por fray Guillem Daudé, monje del monasterio de Poblet, y era repartida entre los peregrinos a las tres ciudades santas de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela.

En el capítulo LIV de la segunda parte del Quijote, editada en 1615, se dice que Sancho, cerca de la Ínsula Barataria, en el Camino del Ebro, entre Pedrola y Alcalá de Ebro, “vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos extranjeros que piden la limosna cantando, los cuales, en llegando a él, se pusieron en ala, y, levantando las voces todos juntos, comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaban limosna, por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles”.

En el Camino Portugués, la reina Santa Isabel de Portugal peregrina en dos ocasiones a Compostela, otorgaba frecuentes limosnas a las monjas del convento de Santa Clara, donde fue enterrada con el bordón y la escarcela, para repartir entre los peregrinos y los pobres. Cuenta una leyenda que un día que acudía con un nuevo donativo para las hermanas clarisas, se encontró con su esposo el rey Don Dinís, que le preguntó qué llevaba en su regazo. Ella le dijo que eran rosas y, a pesar de que no estaban en la época en que estas florecen, un milagro hizo que las monedas se convirtieran en rosas a los ojos de su esposo. Hoy, la imagen de la padroeira de Coimbra, con las rosas en su regazo, sale todos los años pares en procesión desde el convento de Santa Clara hasta la iglesia da Graça, situada en el centro de la ciudad.

Nicola Albani, en su Viaje de Nápoles a Santiago de Galicia, realizado entre 1743 y 1745, resalta la generosidad de los portugueses con los peregrinos, alegando que “no se impide a ningún viajero de ninguna parte la entrada en Portugal, es más, si es un peregrino o un viandante mendigo, el que entra en dicho reino, es costumbre que las autoridades del lugar le dan una carta da chia, llamada con este nombre, que es como un pasaporte con el que puede moverse por todo el reino sin que se lo impida ninguna persona, y le sirve también esta carta para obtener limosna en los lugares por los que pasa […]; yo mismo, a decir verdad, he aprovechado para guardar algún dinerillo, porque no hay jornada que el viajero no pase por cuatro o cinco pueblos al día, aunque sea un poco incómodo encontrar al proveedor que debe proporcionar dicha limosna. Además, también pidiendo a viva voz se consigue buena limosna, siendo este un reino muy limosnero, y especialmente para los viandantes que van un poco bien vestidos, que son mejor tratados con las limosnas, que ellos tienen mejor opinión de las personas distinguidas que de los vagabundos”.

Además de este tipo de limosnas, Albani consiguió unas cartas de afiliación a los conventos benedictinos de San Francisco y Santo Domingo, falsificadas por un caminante italiano. “Con dichas patentes recogí en el espacio de tres meses que anduve por el reino cequíes limpiamente puestos en mi bolsillo, porque en todo el reino de Portugal, como en el de España, no hay pueblo que no tenga una congregación de san Francisco y aunque no haya convento sí hay hermandad de frailes y de monjas”, indica el italiano.

En el sermón Veneranda dies, recogido en el Códice Calixtino, se asegura que “el peregrino que muere con dinero en el camino de los santos se excluye del reino de los peregrinos verdaderos. En cambio, ciertamente lleva debidamente el dinero en el viaje santo el que lo da a todos los que le piden y se hace pobre, hasta el punto de faltarle el alimento, por el amor sobrenatural. Se condena también el que no entrega las limosnas o provisiones recibidas de otro peregrino que murió en el Camino a quien le ordenó él mismo, sino que las retine y las gasta. ¿Qué aprovechará, amadísimos hermanos, emprender el Camino de la Peregrinación, si no se hace debidamente?”.

La picaresca de muchos vagos y maleantes que se hacían pasar por peregrinos para obtener las limosnas, la posada o la manutención hizo que en muchas ocasiones las instituciones caritativas o muchos ciudadanos que ayudaban con sus limosnas a los peregrinos tomasen sus precauciones para evitar ser engañados. En el Códice Calixtino se sanciona con dureza este comportamiento, pero se anima a seguir dando limosna a los peregrinos para que no paguen justos por pecadores: “¿Qué decir de algunos hipócritas que, so pretexto de enfermedad, se sientan en el Camino de Santiago o en el de otro cualquiera estando sanos, y se muestran a los transeúntes? No lo sé. Unos, pues, muestran a los transeúntes sus piernas o sus brazos, ora teñidos con sangre de liebre, o escoriados con ceniza de la corteza del álamo blanco, en apariencia de gran dolor, por motivos de avaricia para poderles arrancar la limosna […]. Sin embargo, el que les da limosna por el amor de Dios, o del Apóstol, sin duda recibirá su recompensa.”

Preocupado por los abusos y engaños de estos estafadores, el Ayuntamiento de Santiago llegó a sacar una ordenanza en 1532 por la que prohibía que permaneciesen en Compostela más de tres días las “moças e moços vagabundos que, so color de romeros e peregrinos, andan hurtando e robando e belitreando e bellaqueando”.

Felipe II, en una pragmática de 13 de junio de 1590, prohibió asimismo vestirse de peregrino en el Reino, “por quanto por experiencia se ha visto y entendido que muchos hombres, assi naturales destos Reynos como de fuera dellos, andan vagando sin querer trabajar ni ocuparse de manera que puedan remediar su necesidad”. Pese a todo, la práctica de la limosna al peregrino siempre pervivió, sustituida en el renacer contemporáneo por la hospitalidad espontánea y ocasional. [JS]


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